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Chivo rescata a su amo de caer en manos de usurero

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Mi buen amo, no proceda así, me engorda usted para después llevarme al matadero.

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“Mi buen amo, no proceda así, me engorda usted para después llevarme al matadero. ¿No sería más sensato tenerme como mascota y ser buenos camaradas?”, expresó el cabrito Pelón.

Petronio se sobresaltó, quedó sumamente asombrado al escuchar a su cabra parlanchina. -¡Cielos!, esto me faltaba, Pelón resultó ser respondón. Llevaban muchos años juntos y conociéndose bien, pero su rumiante jamás le había dado indicio alguno de poder hablar.

Ya nadie se extrañaba de ver a este típico poblano yendo “de un lado a otro” con su cabra, como si fueran íntimos amigos. No obstante, nadie sospechaba que aquel extraño animal terminaría conversando con su tutor. La gente de Yomata veía a Petronio y su animal, Pelón, transitar con asiduidad por las arterias y callejones del lugar.

La rutina adquirió un aire de normalidad y los domingos, Petronio y Pelón, cual otros muchos vecinos, emprendían la “tradición dominical” y salían a pasear por los alrededores del parque.

Petronio, ataviado con elegancia y Pelón, muy aseado, tomaban asiento en un banco para disfrutar del ambiente y observar a los que pasaban, mientras escuchaban melodías como marchas militares, boleros y otras piezas interpretadas por la banda musical del municipio, dirigida con maestría por el maestro Turito Menencio.

Este vínculo singular se transformó en un gran interés, no solo para los residentes de Yomata sino también para los visitantes. Sobresalían los comerciantes o “agentes comisionistas” que venían a ofrecer a las tiendas ropa para varones (pantalones, calzado, botas y sandalias, medias) y para damas (faldas, tejidos de seda y organdí, zapatos, prendas íntimas, hilos para coser, menaje del hogar), azadas y machetes, entre otros enseres.

Gentes de otras localidades también acudían a contemplar a esa pareja tan peculiar. El sacerdote de la parroquia lo tildó de maligno y dirigió sermones en su contra desde el templo, argumentando que aquello podía ser una manifestación diabólica. En una ocasión, el religioso convocó a los fieles a manifestarse en repulsa de esa extraña asociación entre aquel hombre corriente y su cabra de cabecera. Incesantes peregrinaciones y romerías se organizaban en círculos concéntricos y marchando hacia las poblaciones aledañas de Vicente Noble, Uvilla, El Jobo, Mella, Monserrate, Santana y Cabeza de Toro, entre otras.

-¡He pecado, he pecado, Bendito Dios!; ¡Misericordia, piedad Señor! ¡Si mis faltas son grandes, tu bondad es mayor! -cantaban los devotos en las congregaciones.

-¡Envíanos las lluvias, Señor; líbranos de la aridez y del hechizo del cabrito Pelón y su dueño impío, el maldito Petronio! -exhortaba el Padre Vicente mientras guiaba a los feligreses que lo seguían en sus extensas caminatas.

-¡Piedad, piedad Señor, aparta de nosotros el bullicio, las sustancias nocivas! ¡Sálvanos Señor de los sepelios de compatriotas haitianos y las habladurías de los locales nocturnos que perturban el sagrado y solemne rito de la misa, piedad Señor, piedad…! -insistía el clérigo.

Cuando el Padre Vicente creyó que el Cielo le había prestado atención, pues súbitamente los centros de ocio, bares y tiendas cesaron el ruido musical y los jóvenes acudían a sus centros de estudio, experimentando los pobladores cierta calma, e incluso con las motocicletas sin silenciador que producían estridencias infernales fuera de circulación, regresó la inquietud.

Pero es que nunca “falta un pero en el guiso”. Un grupo de haitianos cruzaba el pueblo “en un cortejo fúnebre” de un connacional, al son de cornetas: -¡Fututú, fututú, fututú…! Eso enfureció al Padre Vicente, quien declaró aquello como una blasfemia y salió airado del templo, detuvo el paso del ritual de sepultura al estilo vudú y se abalanzó sobre los forasteros; estos, alarmados, soltaron el féretro en medio de la calle Duarte y emprendieron la huida para resguardarse de la cólera del sacerdote católico.

Petronio y su cabra Pelón intervinieron y permitieron que el acto mortuorio continuara, pero sin el acompañamiento sonoro de las cornetas. Otro día, la orquesta municipal ofrecía un concierto y ejecutaron la conmovedora melodía “Teléfono de larga distancia”. En esta pieza, una trompeta emite un tono algo apesadumbrado que es respondido por otra trompeta, simulando una comunicación telefónica a distancia. En esta ocasión, cuando la primera trompeta emitió su sonido desde la orquesta, la réplica, en medio del solemne silencio, provino de Pelón con un mugido prolongado, causando gran impacto entre los asistentes al parque.

En otra ocasión, Petronio enfrentó apuros económicos y vio su salvación en desprenderse o sacrificar a Pelón. Al percatarse, el animal le suplicó que no lo hiciera. -“Pero mi señor -le dijo- entonces me alimenta usted y ahora quiere venderme al carnicero.

Petronio, sorprendido, le escuchó. Decidieron ser compañeros, y así el cabrito evitó ser ultimado. Pero transcurrido el tiempo, el dueño del animal, aún agobiado por las deudas, resolvió venderlo para solventar su problema financiero. El cabrito Pelón intentó de nuevo persuadirlo, sin éxito, pues Petronio estaba decidido a solucionar sus apuros monetarios por esa vía. Una mañana gris, con promesa de lluvia, apareció el prestamista, Lucrecio, en casa de Petronio, esperando el pago de las deudas que este tenía con él. Pelón notó la presencia del acreedor y de un salto ingresó al hogar avisando a su amo sobre la llegada del intruso.

-“Le ruego me disculpe, pero debo venderlo para librarme de ese usura”, rogó Petronio a su estimado cabrito. Dicho esto, saltó por una ventana de la vivienda y escapó para evadir las reclamaciones del prestador.

Desesperado, el cabrito buscó los fondos que su tutor necesitaba y evitó su enajenación. Fueron amigos eternos. El cabrito Pelón y su tutor ofrecieron un ejemplo de lealtad fraternal y esto se difundió por toda la comunidad. Las buenas acciones deben ser divulgadas para que otros las imiten.Este relato fue difundido originalmente en El Día

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