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En el entorno laboral actual, donde las competencias técnicas ya no son suficientes, emerge silenciosamente una nueva cualidad esencial en oficinas, espacios de encuentro y conversaciones corporativas: la comunicación asertiva. Este enfoque comunicativo, que busca equilibrar sinceridad y consideración, se está convirtiendo en un pilar fundamental no solo para la eficacia profesional, sino también para la interacción social, abarcando todos los aspectos de la existencia.
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La asertividad comunicativa va más allá de “hablar con tacto” o mostrar condescendencia. Es la destreza para expresar ideas, requerimientos y límites de forma precisa, sin caer en la agresividad ni en la timidez. De acuerdo con la conceptualización clásica del psicólogo Andrew Salter, se trata de una modalidad que capacita para “manifestar de manera efectiva emociones genuinas en defensa de los propios derechos, sin menoscabar los de los demás”.
Esta forma de intercambio resulta crucial, particularmente en contextos donde la colaboración, las exigencias de rendimiento y las relaciones interpersonales se integran cotidianamente. Según la investigadora Jacqueline Brayman, quien estudió su efecto en plantas de manufactura en Estados Unidos, “la comunicación asertiva disminuye la conflictividad organizacional, potencia la productividad y fortalece la confianza mutua entre los colaboradores” (Western Michigan University, 1988).
Los datos confirman lo que muchos ya experimentan. Un informe reseñado por la publicación The Future of Business and Technology reveló que el 100 % de los empleados consultados opinaba que la asertividad comunicacional incrementaba su rendimiento. De hecho, el 95.8 % la catalogó como “sumamente importante” para el desarrollo de sus tareas diarias. Paralelamente, otro estudio divulgado por Simon & Simon en el Reino Unido destacó que el 79 % del personal considera que la calidad de la comunicación recibida de sus superiores influye directamente en su desempeño y en la claridad de sus objetivos.
Lejos de ser una simple tendencia empresarial, este planteamiento se revela como una herramienta práctica y necesaria para cualquier individuo que aspire a interactuar con mayor eficacia — en su empleo, en el hogar, en su círculo social o en un espacio de culto –. En ambientes diversos, donde se comparten espacios con personas de distintas convicciones y valores, la asertividad posibilita evitar juicios precipitados, promueve el respeto recíproco y favorece la creación de puentes en lugar de levantar barreras.
El proceso para cultivar la comunicación asertiva es accesible, aunque demanda constancia. Según expertos en desarrollo organizacional, como los del Instituto Niágara (Canadá), el elemento fundamental es aplicar una estructura sencilla: exponer el hecho, narrar el sentimiento, enunciar la necesidad y sugerir una salida. Por ejemplo: “Al no recibir el informe a tiempo, me genera preocupación porque interfiere con mi planificación. Requiero que pactemos una nueva fecha límite. ¿Podríamos definirla juntos?”.
Con este tipo de mensaje se minimiza la posibilidad de disputa y se incrementan las oportunidades de acuerdo, dado que no hay acusación, imposición ni manipulación implícita.
Adicionalmente, la escucha activa, el uso consistente del lenguaje corporal y la elección del canal apropiado (reunión presencial, correo electrónico o llamada) son aspectos vitales del proceso. Tal como subraya un artículo científico publicado en la revista Indecs (2024), los líderes con un estilo comunicativo asertivo consiguen mayor adhesión de sus equipos, mientras que los que optan por la agresividad o la pasividad generan el resultado opuesto: desmotivación y alta rotación.
Más allá del ámbito corporativo, la asertividad tiene un impacto directo en la vida cotidiana. En agrupaciones plurales, donde coexisten posturas políticas, confesionales o filosóficas divergentes, la capacidad de expresar las propias ideas con respeto puede evitar quiebres y polarizaciones. Un ciudadano que se comunica asertivamente elude los extremos del silencio cómplice o el ataque verbal desmedido.
“Aprender a negarse sin sentir culpa, a negociar sin recurrir a la manipulación y a compartir pareceres sin ofender son destrezas que deberían inculcarse desde la etapa escolar”, sostiene la psicóloga argentina María Laura Quiñones, especializada en comunicación interpersonal. En un mundo progresivamente saturado de ruido, la habilidad de escuchar y expresarse con respeto se está consolidando como una forma de resistencia civilizada.
El principal escollo para adoptar la asertividad radica en el temor al enfrentamiento. Muchas personas prefieren guardar silencio antes que abordar un conflicto, por miedo a ser rechazadas. No obstante, los especialistas coinciden en que evadir los problemas no los resuelve, solo los difiere. La psicóloga clínica y escritora Susan Heitler afirma que “la asertividad bien utilizada previene conflictos mayores y facilita la aparición de soluciones imaginativas”.
Otro desafío es la realidad digital. En modalidades de trabajo híbridas o a distancia, la ausencia del tono de voz y de la expresión corporal dificulta la correcta interpretación de los mensajes. Por esta razón, la asertividad digital demanda un esfuerzo extra: examinar el tono empleado en los correos, utilizar emoticonos cuando sea pertinente y, en caso de ambigüedad, optar por una videollamada.
La implantación de la comunicación asertiva implica, en muchos casos, una transformación cultural profunda. Algunas estructuras organizacionales fomentan, indirectamente, el mutismo, el egocentrismo o el autoritarismo. En escenarios así, hablar con claridad y respeto puede interpretarse como un acto de coraje.
Sin embargo, las ventajas son innegables. Según un informe del portal Expert Market, las compañías con una comunicación interna sólida pueden elevar su productividad hasta en un 25 %. Y esto no se logra con más reuniones, sino con diálogos más transparentes.
En un entorno sobresaturado de información e inmediatez, la comunicación asertiva se erige como un factor de cambio. No es únicamente una técnica de gestión, sino una manera de enfocar la vida. Facilita la coexistencia sin agresión, la colaboración sin sumisión y el liderazgo sin imposición. En palabras de la escritora estadounidense Brené Brown: “La claridad es una forma de gentileza”.
En resumen, saber articular lo que uno piensa, siente y necesita — de manera transparente y sin causar daño — puede marcar la diferencia entre un ambiente cargado de tensión y uno propicio para el desarrollo. Tanto en el espacio de trabajo como en la cotidianidad, comunicarse de forma efectiva puede ser, también, un medio para edificar la paz.















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