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Celele, reconocido como el “48.º mejor restaurante del planeta”, brinda “una vivencia inspirada en la biodiversidad caribeña”.
— “Te invito a Celele, uno de los 50 top restaurantes del mundo”, me dice mi nieta Mariale mientras, con Alexis (su padre y mi hijo), organizamos un viaje a Cartagena, Colombia. — “Ya hice la reserva. Solo hay un horario disponible a las 12:00 del mediodía”.
El sitio está en el barrio de Getsemaní, dentro de una encantadora casa de fachada azul, cuyas paredes están abrazadas por las ramas verdes de un árbol.
Al llegar, vemos a varias personas sentadas en un banco. “Quedan cinco minutos para que abran”, avisa una empleada que asoma la cabeza por la puerta. A las 12 en punto nos reciben y, con la reserva confirmada, nos guían a una pequeña mesa junto a un divisor de ambiente.
Entre la decoración destacan frascos con encurtidos. En el menú, la oferta es reducida pero ingeniosa. Al acomodarnos, un camarero nos habla de la propuesta culinaria del local: “una experiencia inspirada en la biodiversidad del Caribe”.
Mientras revisamos la carta nos sirven de cortesía casabe con mantequilla de ajonjolí en un plato aparte. Muy rico. A Mariale y a Alexis les apetecen dos entradas: Arepa Samaria, hecha de maíz y puerro, acompañada de miel en un tarro separado, cocinada sobre una hoja que la acompaña en el plato.
También la Burrata de leche de búfala de la Sabana del Caribe, con patilla asada, gazpacho de flor de Jamaica, hojas de ciruela costera, pepino y sorbete de moringa, presentada con un “journey cake”. Ambas entradas resultan de sabor excepcional.
De plato principal comparten el célebre Celele de cerdo: una terrina de cerdo confitada que llega con puré de plátano verde, ajíes dulces en conserva, frijoles caribeños, col criolla y caldo de cerdo. La presentación sorprende y el gusto, según comentan, es inmejorable.
Yo opté por la Gallina criolla con BBQ de guayaba agria, plátanos asados en aceite de coco, habichuelas largas, cáscaras de plátano fritas y caldo ahumado de gallina. El aceite de coco me produce molestia, así que le pido a Jenny, la atenta mesera, que lo omita. — “Todo viene en conjunto, pero déjeme consultar”.
Vuelve con una sonrisa tras hablar con el chef‑propietario, Jaime David Rodríguez Camacho. Prepararán mi plato sin el aceite de coco. ¡Qué atención al cliente! — “¿Y esta obra?”— exclamo al ver el plato, que parece un cuadro artístico adornado con flores comestibles.
La única visión de la gallina es la tapa del bol con el caldo. ¿De sabor? ¡Me fascina! La experiencia gastronómica culmina con un postre exquisito: Cremoso de chocolate de la Sierra Nevada de Santa Marta, con ganache de chocolate blanco, crumble del bosque seco tropical (guáimaro, algarrobo y maíz caríaco) acompañado de gel y sorbete de borojó.
Sin duda, la comida aquí es “Bocato di cardinale”. No es de extrañar que los miembros de la Academia World’s 50 Best Restaurants lo hayan premiado.
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