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Del freestyle y las duras calles al activismo: la transformación, más bien diríamos evolución, de Eduardo “El Piro” Sánchez

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Considera la primera etapa de su vida como propia de alguien con inclinaciones antisociales.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Considera la primera etapa de su vida como propia de alguien con inclinaciones antisociales. La marginalidad. Llegó a residir en la calle hasta que, pensando en su núcleo familiar, tomó la determinación de cambiar su rumbo.

SANTO DOMINGO.– Eduardo Sánchez Tolentino, conocido como El Piro, es bastante más que ese comunicador de talante serio que ha brillado en la plataforma de Somos Pueblo; su existencia ha recorrido el sendero de las rebeldías juveniles, las rimas incisivas, los excesos y la ocasión para rehacerse hasta transformarse en un padre que se desvive por sus críos.

Nacido en Santo Domingo, El Piro creció en el sector de Bella Vista. Él mismo se describe como un joven inquieto, travieso e hiperactivo.

Cursó estudios en diversos centros educativos hasta obtener su diploma en el liceo de la UNPHU, después de haber pasado por “una media de cinco o seis colegios” a causa de su indisciplina. “Me crié fundamentalmente con mi madre”, relata, mientras medita sobre cómo la carencia de una figura paterna influyó decisivamente en su temperamento: “Creo que, quizás, la falta de una figura paterna propicia ciertas actitudes rebeldes, puesto que no dispones de un papá que te marque la pauta, que te diga: mira, compórtate adecuadamente”. Esa ausencia, confiesa, se materializó en desorden, desobediencia y una propensión a desafiar los límites establecidos.

Durante su infancia, la curiosidad constantemente lo conducía a situaciones complicadas. “Le requisé una bicicleta a un compañero sin pedir permiso y sufrí una caída… vivía en constantes reyertas”, narra, rememorando las diabluras propias de su adolescencia.

Fue en Bella Vista donde su vida comenzó a tomar derroteros más acentuados, y fue ahí también donde conoció lo que él denomina “las sustancias controladas”.

La calle y el *freestyle* El punto de inflexión en su etapa juvenil se dio en una cancha de baloncesto de su vecindario. “Había una pista a donde acudían *tigueres* de todos los barrios aledaños”, explica. “Allí descubrí lo que era el *freestyle*, aquella práctica de muchachos que se acercaban a improvisar versos mientras se jugaba baloncesto.”

“Me sumergí en ese ambiente y me lancé a improvisar. Eso ocurrió alrededor de 2003 o 2004. Posteriormente, comencé a escribir formalmente”. Su talento se fue afinando en los micrófonos improvisados de las esquinas y en los colectivos barriales de rap, una corriente cultural incipiente que fusionaba la rivalidad y el apremio por destacarse.

Sin embargo, en ese período su música carecía de mensaje social. “El rap que yo componía en esa época no era de corte social. Yo no estaba involucrado en nada social; mi enfoque era, más bien, ser un antisocial”, confiesa con franqueza. Su expresión artística era un espejo de su entorno: directa, visceralmente callejera y, con frecuencia, agresiva. “Lo hacíamos por pura afición, no porque generara dinero. Hoy día muchos se meten en esto por lucrarse, pero antes era pura pasión.”

El declive hacia la adicción La historia de El Piro también es la de un joven atrapado por el consumo. “Tengo numerosos amigos y conocidos que han perdido la vida debido al consumo de narcóticos”, comenta con seriedad. “Esa no es una vida de la que decides salir como si dijeras: voy a mover este periódico. Eso es una falacia. Existe un componente cerebral muy fuerte.” La simple curiosidad, relata, fue el detonante de una espiral que lo absorbió durante años.

“Observaba a los *tigueres* fumando, y un día la curiosidad me empujó a probar. Pero aquello era habitual en la cancha; no es que se ocultaran. Sucedía justo ahí.” Con el transcurrir del tiempo, la sustancia se convirtió tanto en refugio como en su propia condena.

Pasó por varios centros de rehabilitación, hasta que una mezcla de remordimiento y expectativa lo llevó a un alto. “Experimentaba una cierta culpabilidad debido a la cantidad de recursos que mi familia había invertido en mi recuperación”, señala. El ingreso, que anticipaba breve, se prolongó por cuatro meses completos.

Allí conoció los grupos de 12 pasos, espacios donde “otros adictos en proceso de recuperación comparten con quienes aún están activos cómo han podido dejar todo tipo de droga”. Fue entonces que vislumbró una esperanza. “Vi en ellos un cierto rayo de luz y me sentí identificado al instante.”

Regreso al mundo del rap Su retorno al arte supuso sus dificultades. “Cuando dejo la calle y abandono esa forma de vivir, me nace el interés de retomar la creación musical”, afirma. “Se me hacía cuesta arriba, ya que estaba habituado a hacerlo de una determinada manera. Llegué a pensar que sin estar ‘conectado’ no me saldría bien el flujo de ideas. Más tarde, me di cuenta de todo lo contrario: que me sale mucho mejor.”

Fue en ese momento cuando su mensaje evolucionó. La actitud rebelde se transformó en compromiso cívico, y la rima se convirtió en una herramienta social. “Así emergió El Piro de hoy, el que fusiona el rap con la comunicación, esgrimiendo una perspectiva crítica ante los escollos del país.”

Su relación con el activismo se consolidó en 2014, cuando divulgó un material audiovisual de profundo contenido social en Facebook, captando la atención del activista Ricardo Ripoll.

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