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Dulce Pichardo: la musa que motivó a Samuel Herrero

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Nacida en 1908, Dulce, a pesar de que custodiaba celosamente el secreto de su edad, su sabiduría y experiencia eran patentes para todos.

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Nacida en 1908, Dulce, a pesar de que custodiaba celosamente el secreto de su edad, su sabiduría y experiencia eran patentes para todos. Fue una mujer muy adelantada a su tiempo, huérfana desde muy joven, residía con su hermana Mirtha y su cuñado, el Dr. Julio de Windt Lavandier.

La existencia tiene una forma de sorprendernos, a menudo, cuando menos lo esperamos, nuestras circunstancias pueden transformarse repentinamente, conduciéndonos por senderos inesperados.

Esta realidad se refleja en la historia de la tía Dulce Pichardo, viuda de Canto, una mujer que, con su espíritu brillante, aventurero y pasión por la vida, dejó una huella indeleble en aquellos que la conocieron.

Nacida en 1908, Dulce, aunque guardaba con recelo el secreto de su edad, su juicio y bagaje eran notorios para todos. Fue una mujer muy vanguardista para su época, quedando huérfana a una edad muy temprana, compartía hogar con su hermana Mirtha y su cuñado, el Dr. Julio de Windt Lavandier.

Yo solía visitarla en Caracas desde mi adolescencia, nos sentábamos cada tarde a escuchar música y compartir anécdotas en el porche de la Quinta Cecil de Los Palos Grandes, donde vivía, frente al Ávila. A menudo me decía: “Yo, con tu edad y la experiencia que poseo ahora…”. Estas palabras resonaban con una combinación de nostalgia, meditación y cierta picardía.

Relataba con melancolía cómo un domingo cualquiera, mientras paseaba en la retreta del parque, en San Pedro de Macorís, conoció a un atractivo joven llamado Prudencio Canto. Según sus propias palabras, le propuso matrimonio y construir un porvenir juntos en Venezuela, si ella se decidía, partirían en pocas semanas. Motivada por su espíritu emprendedor, y el flechazo de Cupido, aceptó la propuesta y se trasladó a la Ciudad de los Techos Rojos.

En la Cuna de Bolívar, Dulce se dedicó a ser ama de casa, mientras escribía poemas que publicaba en el periódico de Caracas y hacía artesanías, además de apoyar a Prudencio, quien desarrolló una empresa que equipaba hospitales.

Permanecieron casados durante 40 años, hasta que ella enviudó. No tuvieron hijos biológicos, sin embargo, adoptaron a un niño. La vida de Dulce fue toda una odisea, se esforzó por llenar sus días de instantes memorables, mostró generosidad y cultivó lazos afectivos a su paso.

Entre sus recuerdos, narraba su encuentro con un joven en una fiesta. Su personalidad radiante en sus años mozos inspiró al compositor puertorriqueño radicado en Higüey Samuel Herrero a escribir la canción “Risa Loca”, plasmando en la letra de su canción la esencia de su ser y dejando en ella su nombre: “Dulce, muchachita que enloqueces, no me niegues tus caricias, dame amor…”. Esta melodía fue popularizada más tarde por El Romántico de América, Chucho Avellanet.

Esta canción ilustra la habilidad de ese ser tan singular para iluminar la vida de quienes la rodeaban, con su risa contagiosa y su espíritu indomable. La describió tal cual, incluyendo su nombre en la composición.

Esa canción se convirtió en el himno infaltable en cada reunión familiar, especialmente cuando ella estaba presente. También la entonamos cuando la acompañamos a su última morada en San Pedro de Macorís.

Además de su encanto, Dulce poseía una filosofía de vida elevada. Sus ojos verdes y su sentido del humor eran solo facetas de su carácter poliédrico. Su historia demuestra lo rápido que pueden cambiar las circunstancias y nos estimula a vivir con arrojo, cariño y alegría. El legado de esa mujer virtuosa inspira a aprovechar al máximo cada instante.

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