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Bruno Rosario Candelier, quien preside la Academia de la Lengua, hace entrega a Eduardo García Michel del certificado de membresía. A su lado, están presentes Rafael Peralta Romero y Carlos Salcedo.
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Cuando el poeta chileno Pablo Neruda recibió el premio Nobel de Literatura, en 1971, al dirigirse a la Academia Sueca, sus primeras palabras fueron: “Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país…”.
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Si bien es cierto que nuestro orador no ha declarado, al igual que Neruda, que su alocución sería un periplo por regiones diversas, la metáfora del trayecto se aplica de igual manera a su presentación retórica. A través de este discurso, el nuevo académico se nos presenta como un individuo forjado en las contiendas por la vida, la democracia, la formación intelectual y el desarrollo espiritual.
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Como ha sido plasmado en las Sagradas Escrituras, específicamente en el libro de Job: “La vida del hombre sobre la tierra es una milicia”. (Job 7,1-4). Y esa dedicación implica el esfuerzo que conlleva, entre otras cosas, superar las dificultades, erigirse como un hombre de bien, aferrado al saber y a la vida libre, habiendo nacido y crecido bajo la pesada atmósfera de una oscura dictadura, al mismo tiempo que provenía de una familia con la valentía de disentir de los criterios del tirano.
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“Circunstancias y visión de un economista y escritor”. Tal fue el título. Existe un breve fragmento que encierra la esencia más vital de su disertación. Dice de este modo: “Me propongo conversarles sobre mis circunstancias, mis principios, los sucesos que me moldearon en el entorno familiar, el destino, el contacto con otros entornos culturales, el llamado de la nación, mi inclinación por la literatura, la historia, mi carrera profesional, y las influencias recibidas”.
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En el recorrido emocional de Eduardo García Michel, admirablemente expuesto en su discurso, resaltan hechos y expresiones que definen con precisión la naturaleza de la persona que ha sido y es. No hay nada como los actos y las palabras para comprender a un ser humano, sobre todo a un literato. Su rol como articulista constante, ensayista en temas económicos, cronista de acontecimientos relevantes y novelista que se dedica a imaginar las realidades de nuestra esfera política, lo demuestran de sobra como un devoto de la palabra escrita.
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El académico ha demostrado ser lo que el lingüista y poeta Pedro Salinas anhelaba: “El hombre se posee a sí mismo en la medida en que domina su lenguaje”. El insigne mocano domina su idioma, el mismo de Cervantes y Pedro Henríquez Ureña, y lo ha utilizado para la buena batalla, por la justicia, el interés común y para la producción literaria que ofrece placer y consolida los rasgos de la dominicanidad… e incluso de la mocanidad.
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Eduardo García Michel ocupará el sitial A, que desde la fundación de esta corporación, en 1927, correspondió a monseñor Adolfo Alejandro Nouel, arzobispo metropolitano de Santo Domingo, quien fue miembro fundador y presidente de la academia hasta el momento de su fallecimiento, en 1937.
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El puesto permaneció sin ocupar durante 71 años, es decir, hasta el 16 de junio de 2008, fecha en que lo asumió el académico José Rafael Lantigua, quien lamentablemente murió el 5 de agosto de 2025.
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Me ha cabido el honor de replicar al discurso de García Michel y, en representación de la junta directiva, darle nuestra bienvenida. Siéntase a gusto, ya que en este hogar de las letras usted también es parte de los dueños. ¡Enhorabuena!
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