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En pleno corazón del casco histórico de Cartagena, el edificio Salomón Ganem se erige como una anomalía arquitectónica en la zona.
Descubrir Cartagena de Indias, en Colombia, había sido un anhelo que llevaba años guardado. La imaginaba como una urbe colonial totalmente amurallada. Me equivoqué. Cartagena es eso y mucho más. De esa muralla de once kilómetros que la circundaba, se derribaron tres tramos para permitir su constante expansión a lo largo del tiempo y, aun dentro del propio centro histórico, se autorizó la edificación de un inmueble de nueve pisos de estilo modernista. Fue una ruptura con el entorno, donde los únicos elementos de gran altura eran torres y cúpulas de iglesias. Desde entonces, el Edificio Salomón Ganem se alza como un referente con un admirable interiorismo arquitectónico; las barandillas de madera torneada, situadas en el eje central que separa sus dos módulos, permiten apreciar que cada planta exhibe un diseño distinto de mosaicos.
En un apartamento del octavo piso –el 806– nos hospedamos durante una semana mi hijo Alexis, mi nieta Mariale y yo. Fue una vivencia inolvidable que comenzó en el instante en que, al abrir las cortinas, descubrimos, tras el amplio ventanal de la habitación principal, una magnífica panorámica del centro histórico. Justo al bajar la mirada, se encontraba el antiguo convento de San Agustín, con una bella torre florentina cuyos tonos amarillos y naranjas resaltan bajo el cielo al lado del patio porticado. (Después de las reformas pertinentes, el convento quedó convertido en la sede principal de la Universidad de Cartagena, fundada en 1827 por el libertador Simón Bolívar y el militar‑político Francisco de Paula Santander). Cuando la vista se desliza hacia la derecha aparece la cúpula de la Catedral Santa Catalina de Alejandría, que llama la atención con matices más sobrios, mientras al fondo, al otro lado de la Bahía de las Ánimas, relucen los modernos edificios blancos que rascan el cielo. Y a nuestra izquierda, a lo lejos, sobre un alto cerro, se alza el convento de la Popa, al cual nos dirigiremos días después.
La ubicación de nuestro alojamiento es excelente. A su alrededor hay cafés, restaurantes, tiendas… A un lado se halla el alto centro académico y, al otro, un recinto artesanal que también ofrece desayunos, pizzas, helados… En frente, una preciosa casona donde funciona un hotel. Caminando hacia la pequeña Plaza de los Estudiantes, cuyo centro está coronado por una escultura de Manuel Dávila Flórez, ex rector de la Universidad, encontramos un local del famoso café Juan Valdez. Venden unas deliciosas galletas de avena, que casi a diario compramos para consumir recién horneadas. En nuestro paseo para explorar la zona, Mariale y yo seguimos por la misma calle, pero ahora con el nombre de Colegio. Allí, sin buscarlo, descubrimos el famosísimo bar Alquímico. En 2024, los Spirited Awards le concedieron el galardón al Mejor Bar del Mundo. Abre a las 18:00 horas. No logramos entrar, pues faltaba todavía media hora. En su fachada se exhiben dibujos con código de vestimenta. No es un espacio formal, pero sí evita vulgaridades.
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