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Estamos debilitándonos como sociedad, en medio de una inexplicable escasez de principios y de decencia que, gradualmente, con la fuerza destructiva de un enjambre de termitas, socava los cimientos que nos sostienen como nación y como Estado. Y, por si fuera poco, los políticos se esfuerzan cada día por complicar la áspera realidad.
A esto aludía Aristóteles cuando postuló que la corrupción era el apartamiento del objetivo natural del ser humano; cuando en lugar de buscar el bienestar colectivo, se persiguen únicamente intereses personales. Sostenía que esto implicaba la metamorfosis del poder en una tiranía, que es exactamente lo que nos sucede: estamos asfixiados, subyugados por una élite corrupta que utiliza la política únicamente para saciar sus ambiciones particulares. Y de nada sirve que la corrupción se detenga en la entrada de un despacho si, al abrir la puerta, el individuo se topa de bruces con ella.
Sin embargo, el pueblo actúa como un mendigo, suplicando sus derechos frente a esta traición política, sin hacer el menor esfuerzo por poner freno a este caos que promueve y mantiene toda una red de partidos clientelistas con sus respectivas cargas de oportunistas.
Ahora, nuestra juventud se orienta a ser abogado, pero con la mira puesta en ser político. Son pocos los jóvenes del barrio que no aspiran a un cargo electivo, aunque sea como concejal para empezar.
Pero lo peor es que no se conforman con conseguir cualquier posición dentro de la estructura estatal, sino que deben encontrar un puesto que permita la entrada de toda su “pandilla” de barrio al engranaje público. He ahí por qué estamos y seguiremos muy fastidiados.
Tampoco debemos ignorar que muchos de estos “honorables”, en sus diversos niveles, fueron empresarios de éxito antes de formar parte del Estado. La pregunta lógica sería: ¿por qué no logran el mismo éxito en su labor gubernamental? La respuesta es sencilla: en sus empresas o negocios, antes de contratar a un empleado, calculan exhaustivamente los costos frente a los beneficios, pero cuando acceden a las arcas públicas, incorporan a miles sin la menor preocupación.
Y qué decir de la ausencia de figuras serias para desarrollar una nueva legislación sobre la seguridad social. Pareciera que solo la idea de ello es una quimera, algo irreal, ya que, según algunos, lo que costó concebir y aprobar la ley original, ya ha sido consumido hace tiempo. De ahí el escándalo actual y la red de corrupción que no cesa.
Veamos, ¿por qué el dinero asignado mensualmente y no utilizado en la adquisición de medicamentos no se destina a la cuenta del cliente como un fondo acumulativo que genere intereses y, a la vez, sirva de apoyo solidario para las necesidades de otros? Y que este fondo esté disponible especialmente para cuando se presente una enfermedad grave que requiera medicación durante muchos meses.
Pero nada de esto parece ser importante para un Estado político clientelar, que día a día acrecienta la deuda del presente y del futuro, mientras en los centros educativos se duda sobre la calidad de la enseñanza y los hospitales son depósitos de miseria y carencias, ante la indiferencia de políticos y burócratas que, de alguna forma, sacan partido de estas deficiencias institucionales. Duela o no, es la pura verdad. ¡Así es!















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