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Cádiz (1973). Redactor y editor especializado en el ámbito tecnológico. Escribe profesionalmente desde 2017 para diversos medios de difusión y blogs en lengua española.
Durante muchos años, la industria de la telefonía móvil ha estado obsesionada con la potencia de los procesadores o la calidad fotográfica. Sin embargo, en los últimos tiempos ha surgido otro protagonista que ocupa el centro de la atención: la batería. Mientras que hace relativamente poco un terminal con 5000 mAh se percibía como un lujo, hoy en día encontramos modelos que alcanzan los 6000 e incluso los 7300 mAh, capacidad que se rumorea podría incluir el próximo OnePlus 15. La pregunta, por tanto, es inevitable: ¿cuál es la razón de que los smartphones incorporen cada vez más batería?
El uso que actualmente damos al teléfono inteligente difiere enormemente del que se le daba hace una década. Las pantallas han crecido en tamaño, los procesadores son más capaces y las conexiones mucho más veloces. Pero, al mismo tiempo, empleamos el dispositivo para trabajar, grabar videos en 4K, disfrutar de videojuegos o incluso editar imágenes. Todas estas actividades demandan una gran cantidad de energía, un hecho que los fabricantes conocen bien. La respuesta lógica ha sido incrementar la capacidad de las baterías, transformándolas en un elemento esencial de la experiencia de usuario.
Adicionalmente, la llegada de las redes 5G, las pantallas con tasas de refresco de 120 Hz o los sistemas de Inteligencia Artificial (IA) integrados en el propio hardware han disparado el consumo energético. Aunque la eficiencia de los componentes mejore constantemente, el gasto global también se incrementa. Aumentar los mAh, o miliamperios por hora, representa, en consecuencia, una vía directa para ofrecer mayor autonomía sin tener que sacrificar las prestaciones.
La clave no reside únicamente en introducir una batería de mayor tamaño. En los últimos años ha tenido lugar una auténtica “revolución silenciosa” en cuanto a materiales y procesos de fabricación. Las nuevas celdas de litio con alta densidad energética posibilitan almacenar más electricidad en un volumen reducido, lo cual concede a las marcas un margen para expandir la capacidad sin que ello suponga un aumento significativo en el peso final del dispositivo.
Los avances en sistemas de refrigeración también desempeñan un papel importante. Soluciones de disipación como la cámara de vapor o el grafeno ayudan a mantener la temperatura bajo control, incluso con baterías voluminosas y cargas rápidas que superan los 100 W. Esto permite la integración de componentes más grandes sin comprometer la seguridad ni el rendimiento general del móvil.
Otro factor transformador ha sido la irrupción de la carga ultrarrápida. Marcas como OnePlus, Xiaomi o Realme ya ofrecen sistemas de 100, 150 o incluso 200 W, que son capaces de completar una recarga total en menos de 20 minutos. Esto ha modificado profundamente la óptica del usuario, para quien no solo interesa la duración, sino también la velocidad a la que se recupera esa energía.
Curiosamente, esta mejora en la carga ha animado a los fabricantes a atreverse con baterías de mayor capacidad. Tienen la certeza de que el público no desea estar horas conectado a un enchufe, de modo que compensan el aumento de la capacidad con velocidades de carga vertiginosas. El desenlace es que ahora es posible poseer un smartphone de 7000 mAh que se carga a la misma velocidad que uno de 4000 mAh de hace pocos años.
Hasta hace no mucho, producir baterías para móviles de alta capacidad resultaba costoso e ineficiente. Sin embargo, gracias a la estandarización de los procesos productivos y a una mayor demanda a nivel mundial, los costes se han reducido. Esto ha hecho posible que incluso los modelos de gama media incorporen ahora baterías que superan los 5000 mAh sin que el precio final se dispare.
El diseño interno de los dispositivos también ha experimentado una evolución notable. Los ingenieros han logrado optimizar cada milímetro del chasis, reorganizando la ubicación de placas base, módulos de cámara y altavoces para dejar el hueco necesario a celdas de mayor tamaño. Algunos modelos incluso recurren a baterías divididas en dos módulos, que se recargan al unísono para mejorar el rendimiento.
A pesar de todo el progreso, las leyes de la física establecen un límite. Un incremento en la capacidad se traduce en más peso, lo cual puede afectar negativamente a la ergonomía. Por esta razón, los fabricantes están en un punto donde buscan el equilibrio entre capacidad, eficiencia y velocidad de carga. Un móvil con 7000 mAh suena ideal, pero si su peso excede los 250 gramos, muchos consumidores optarán por otras opciones.
El futuro próximo parece enfocarse más en la optimización que en el simple escalado. Procesadores con mayor eficiencia energética, pantallas OLED que consumen poco y sistemas de IA que administran inteligentemente el uso de la energía serán los pilares para extender la autonomía sin que el tamaño del dispositivo tenga que aumentar. Apple, en este sentido, tiene una ventaja bien conocida.
La tendencia observada actualmente es el resultado de la confluencia de varios factores: mayor consumo de energía, demanda creciente, introducción de materiales más eficientes y disminución de los costes de producción. Con todo, la verdadera transformación podría venir de la mano de las baterías de estado sólido, una tecnología que promete duplicar la densidad energética y reducir drásticamente los tiempos de carga.
Cuando esta tecnología se masifique, es probable que dejemos de lado la discusión sobre los mAh de la batería para centrarnos en conceptos como la energía útil, los ciclos de vida y la sostenibilidad. Pero, hasta que ese momento llegue, seguiremos siendo testigos del incremento gradual en la capacidad de los móviles, como un reflejo natural de la era de la hiperconectividad.
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