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Musk manufactura la mayor parte, el “Nobel colateral” otorga solidez

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En Venezuela se desarrolla hoy una contienda que elude las urnas y se centra en la arquitectura del sentido común.

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En Venezuela se desarrolla hoy una contienda que elude las urnas y se centra en la arquitectura del sentido común. Es un conflicto donde el voto palpable importa menos que los algoritmos, y donde ciertas ONGs de corte atlantista suplantan a las academias tradicionales para repartir “galardones de paz” a quienes, en esencia, reclaman conflicto.

La elevación de María Corina Machado a “Premio Nobel de la Paz” –otorgado por una entidad privada sin lazos con el Comité Nobel de Oslo–, y la veloz confección digital de un supuesto “73 %” de apoyo a su figura, son dos piezas clave de la misma maquinaria: la forja artificial de la anuencia social para legitimar un cambio de gobierno.

Aunque no existe un lazo legal directo entre Elon Musk y este “Nobel paralelo”, la conexión es innegablemente política, funcional y perfectamente sincronizada. Al reconfigurar X (antes Twitter), Musk trasladó el campo de batalla al terreno algorítmico, donde la *narrativa* de una “victoria aplastante e ineludible” de Machado fue amplificada. Ello se hizo con recursos financieros opacos y redes coordinadas desde EE. UU., Colombia, España y Argentina. Dicha curva de percepción mediática *precedió* —no siguió— a la denuncia de fraude. Esto es el manual de la guerra híbrida puesto al día: primero se crea la sensación de una mayoría consolidada, luego se declara que esa mayoría ha sido robada, y finalmente se exige una intervención foránea para “restituirla”.

De forma simultánea, el “Nobel de paz” sin reconocimiento institucional cumple otra faceta de la misma operación: proporciona un barniz ético y diplomático a una figura sin respaldo popular vigente y con un historial notorio de solicitar sanciones, asfixia económica, bloqueo y métodos violentos contra su propio país. El premio no mide la paz: *consagra* el aparato comunicacional que ofrece una fachada presentable a líderes-comodín funcionales a los intereses de Occidente.

| “Nobel paralelo” | Ofrece legitimidad de carácter simbólico-externo |
|—|—|
| Denuncia de fraude | Genera la justificación necesaria para una intervención |

El salto brusco de un “4,1 % a 73 %” nunca surgió de un proceso electoral verificable ni de encuestas auditables. Es una cifra de libro de propaganda, diseñada para generar un triple impacto: psicológico (“somos una inmensa mayoría”), moral (“un diminuto régimen nos secuestra el porvenir”) e internacional (“se requiere acción externa urgente en nombre de la democracia”). No es la descripción de un resultado; es la *fabricación del pretexto*.

Esa es la verdadera arena donde se desarrolla hoy la agresión contra Venezuela: no con tanques, sino en los cerebros; no en salones parlamentarios, sino en las plataformas digitales; no en tribunales, sino en la mente colectiva. La dictadura del presente no siempre necesita botas: opera a través de *trending topics*, premios privatizados y guiones de “fraude” escritos de antemano.

Quien piense que esto es un asunto menor no ha comprendido el siglo XXI. Los conflictos ya no siempre se inician con un desembarco militar; comienzan con un *hashtag*. Las sanciones ya no se justifican con documentos diplomáticos secos; se legitiman con relatos conmovedores convertidos en “verdad viral”. El golpe de Estado ya no se da con bayonetas; se ejecuta manipulando percepciones hasta que la intervención parezca “inevitable” y “moralmente correcta”.

Llamemos a las cosas por su nombre: esto no es auxilio humanitario ni democracia internacional; es una guerra cognitiva para restaurar el vasallaje geopolítico en la única nación del continente que se resiste al guion imperial.

Frente a esta ofensiva, la tarea histórica no consiste en pedir permiso, sino en disputar el *sentido* de lo que se narra, desmantelar la narrativa, exponer el mecanismo, y recordar —con pruebas y no con meras opiniones— que el derecho internacional no convalida golpes mediáticos ni reconoce sucedáneos digitales de la soberanía.

La paz genuina no se obtiene mediante galardones privados ni por la fuerza de algoritmos millonarios.

La verdadera paz se defiende con comunidades conscientes, organizadas y que se mantienen firmes ante el poder que las prefiere doblegadas.

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