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Notas desde la costa de Terrenas

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Me hubiera gustado, sí, trazar estas líneas con pluma en mi cuaderno de notas, pero no la tengo y, de verdad, la pereza y el absoluto bienestar me impiden buscar un simple lápiz.

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Me hubiera gustado, sí, trazar estas líneas con pluma en mi cuaderno de notas, pero no la tengo y, de verdad, la pereza y el absoluto bienestar me impiden buscar un simple lápiz. De hecho, me siento tan a gusto, que no me muevo.

Mi hermana, Julissa, en tal coyuntura, me habría espetado, me hubiese dicho: “Pero vamos a ver, ¡no te compliques! No vas a redactar El Quijote, ¡agarra cualquier cosa y ponte a escribir!”. Solo imaginar esa escena ya me arranca una carcajada, porque, aparte de la certeza de sus supuestas palabras, casi la oigo con su tono cariñoso, intentando siempre echarme un cable, ayudarme, darme aliento… y con esos gestos corporales que vienen a decirme: “Hay cosas que no se pueden dejar pasar, y para ti, mi querido despistado, esta es una de ellas”.

En fin, la simple idea de mi hermana regañándome logró espabilarme. Son las 8:05 de la mañana de este sábado 9 de agosto de 2025. Por un momento se me pasó por la cabeza ir a la playa con mi trompeta, dar un toque simbólico para arrancar el día… Lo he hecho otras veces y no ha pasado a mayores, pero tampoco es plan de tentar demasiado a la fortuna. Ya lo haré más tarde, tras el desayuno y un buen café, cuando la mañana ya esté más metida en la actividad cotidiana, entre la arena y los “chailones”.

El sonido de los grillos al amanecer me hechiza; me lleva derechito a la niñez, a esas mañanas muy tempranas, a veces aún sin luz, camino de Higüey junto a mi padre. Me veo pequeño, muy niño, preguntándole: “¿Y qué es ese ruido, papi?”. Y entonces lo visualizo a él, muy joven, riéndose por mi inocente curiosidad y mis ojos verdes bien abiertos, esperando la respuesta: “Es el canto de los grillos”.

Esa es una energía natural asombrosa que se percibe con más intensidad en los pueblos, donde el bullicio de vehículos, motores y maquinaria es menor. En mi recuerdo, ese sonido, esa vibración, resuena casi con estridencia, pues eran otros tiempos y todo, como decía, era muy nuevo. Era el inicio de mi vida, y mi padre, que ya no está, era joven. Siempre me ha causado fascinación oír el canto matutino de los grillos y creo que en mi infancia sonaría con mucha más fuerza: como yo, todo era mucho más novel, casi virgen.

Ahora, desde la playa de Terrenas, pienso en cómo ha crecido Santo Domingo de manera descomunal, y aun así, bien temprano en la mañana, se sigue oyendo ese canto. Es una de esas cosas que te impulsa a viajar por tu interior, que te hace reflexionar sobre el origen, sobre cómo he cambiado. Es algo que te obliga a pensar hacia dónde me dirijo y cómo ha evolucionado todo mi entorno, cómo el país ha cambiado respecto a lo que era, a lo que éramos. Escuchar a los grillos al alba es, de algún modo, un viaje introspectivo. Además de sumirme en el silencio, dispara mi mente sin freno. ¿Hacia dónde? Cada día hacia un universo distinto, siempre envuelto en ese canto armonioso y universal, que se siente como algo propio, pero que, como nosotros, es parte del mundo.

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