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por Omar Salinas. Ingeniero en energía y analista en política pública
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) surgió con el fin de ser un punto de encuentro, debate y representación a nivel global. Durante décadas, se concibió como el principal *fórum* donde todas las naciones tendrían voz y donde la equidad diplomática conseguiría balancear las grandes disparidades de poder. No obstante, el paso del tiempo ha revelado que esa aspiración inicial se ha ido debilitando, a tal punto que la Asamblea General hoy es poco más que un acto ceremonial, más útil como plataforma de *marketing* mediático que como un verdadero dispositivo de coordinación mundial.
La *última* Asamblea evidenció, una vez más, esta contradicción inherente. No fue un encuentro de todos, sino un escenario selectivo donde tan solo unos cuantos acaparan el foco de atención, mientras que el resto desempeña un papel secundario. La imagen que la ONU proyecta actualmente ya no es la de una pluralidad de perspectivas, sino la de un *club* que controla el acceso y distribuye la agenda mundial según conveniencias específicas.
Esta pérdida de esencia se hace visible en la notable inasistencia de numerosos líderes. No se trata de ausencias fortuitas, sino de una toma de posición política que subraya hasta qué punto este espacio ha perdido gancho y capacidad de movilización. La diplomacia internacional hoy en día no requiere el podio de Nueva York para pactar lo que verdaderamente importa: los acuerdos de peso se están cerrando en otros ámbitos, mucho menos públicos y más exclusivos. La Asamblea se limita a los discursos, las fotos y a una retórica que muy rara vez se traduce en acciones concretas.
Dentro de este grupo “privilegiado” se pueden identificar dos segmentos: por un lado, las naciones influyentes que asisten, monopolizan los micrófonos y las cámaras, y dictan el temario global; por otro, los pesos pesados que brillan por su ausencia, fuera del *show business* del evento: Rusia, China y ciertas economías emergentes.
Cuando un *fórum* que se proclama universalista solo atiende las prioridades de unos pocos y confina a la mayoría al rol de mero espectador, pierde su razón de ser. La erosión de su legitimidad no es instantánea; se va acumulando de forma gradual, con cada intervención sin contenido, con cada falta notoria de un líder, con cada compromiso de oportunidad que desmiente el discurso oficial.
Al disminuir su credibilidad, la ONU se transforma en un decorado, ineficaz para ofrecer soluciones a las emergencias más apremiantes. Mientras que en las altas esferas se recogen los réditos, en la realidad persisten los conflictos armados, se multiplican las hambrunas y continúan los abusos de poder. Y todo esto ocurre mientras los principales defensores de la democracia y los derechos humanos no encuentran el momento de ir más allá del atril.
La historia enseña que cuando las instituciones fallan en representar, las sociedades buscan alternativas. La ausencia de respaldo legítimo no es un detalle menor: abre la puerta a nuevas formas de desorden global, a alianzas alternativas y a figuras de liderazgo que eluden el filtro de los *fórums* establecidos. Cada vez que un jefe de Estado falta, cada vez que una nación decide no destinar capital diplomático a la ONU, lo que se está expresando es el convencimiento de que ese espacio ha dejado de ser funcional.
Hoy, la Asamblea General se asemeja más a un rito que a una verdadera instancia de gobierno global. La foto de grupo, los cumplidos y las declaraciones grandilocuentes cumplen una función simbólica, pero tras bambalinas, lo que se revela es un sistema de exclusión y partición. Un grupo minoritario establece las directrices; otro conjunto reducido, aunque inasistente, obtiene su parte; y el resto observa, esperando ser incluido, algo que rara vez sucede.
La ONU, con esta dinámica, pone en peligro su propia justificación. Si sigue siendo solo la vitrina de intereses particulares y de unos pocos escogidos, le será difícil mantener la legitimidad que en su momento le confirió la idea de universalidad. Lo que está en juego no es solo la imagen de un *fórum* diplomático, sino la fiabilidad del sistema internacional en su conjunto. Porque un planeta donde la representación se concentra en una minoría y al resto apenas le quedan las sobras no es un sistema de gobernanza global, sino una parodia del mismo.
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