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A lo largo de nuestra historia, el ejercicio del poder ha permitido a poderosos capitalistas criollos y foráneos, a la alta burocracia y a los jerarcas militares y policiales, someter al pueblo trabajador, relegar a la semi‑esclavitud a la inmigración haitiana y a sus descendientes; apropiarse de una gran parte de los recursos públicos y naturales del país (empresas, puertos, aeropuertos, servicios públicos, autopistas, presupuestos, instituciones, tierras, playas, bosques, ríos, sol, vientos, minas y fuentes de agua…). Controlar, sobre‑explotar, corromper, saquear y contaminar… hasta desencadenar crisis ecológicas, empobrecimientos y desigualdades brutales.
Ellos hablan de patria para apropiarse de ella. Tildan a los migrantes haitianos de invasores, les chupan la sangre y exprimen sus cuerpos. Esa es la patria de mentira, la que manejan en conjunto con el PRM‑PLD‑FP y sus comparsas.
Patria es territorio, barrio, campo, vecindario, amistades, familia, amores, sabores, sentimientos, costumbres, historia heroica, solidaridad, riquezas colectivas, seres humanos libres y naturaleza protegida. Es cultura, merengue, sancocho. Es autodeterminación del pueblo… precisamente lo que ellos saquean, manipulan o aplastan. ¡Patria es, sobre todo, humanidad!
Nuestra diáspora es humanidad, es patria y tiene identidad: «no es solo remesas». La patria rompe fronteras y «razas». La nuestra es multicolor. Proviene de muchas cepas y de enormes valores, aquí y allá.
Es historia y continuidad. No nace en ninguna frontera. No se define contra pueblos hermanos, sino frente a imperios opresores. Surge de la historia heroica, de sus reveses y victorias, de los aborígenes exterminados, de los esclavos africanos, de la mezcla de culturas, de las gestas libertarias…
Renace en la lucha contra la patria de mentira, por lo que hay que saludar y reconocer como patrimonio colectivo y arma de resistencia la obra de un gran poeta y formidable luchador: «Los que cruzan los sueños» / «Cantata de la migración y el exilio humano», de Luis Carvajal (Cuchito), quien se abrazó al alma de los llamados ausentes para cantar sus grandes valores, injusta y cruelmente menospreciados:
Somos los jornaleros del asfalto,
los constructores de ciudades que no nos nombran, los cuidadores de niños que no son nuestros, los que limpian hospitales que nos expulsan.
Los que recogen las cosechas de bocas que no nos conocen.
Nos une el miedo ajeno que no teme, el rechazo que nos iguala, la mirada que nos niega. Pero somos uno.
Uno en la música que resiste, en la danza que rompe la noche, en la lágrima que no cede, en la risa que nace aún bajo la bota. Versos hermosos, sublimemente subversivos, válidos para todas las migraciones, incluida la del heroico pueblo haitiano.
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