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El pasado martes, los medios internacionales exhibían el hostigamiento sexual perpetrado por un sujeto en estado de ebriedad contra la jefa de Gobierno de México (o “presidenta” en el contexto) mientras se dirigía a un encuentro nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior en las dependencias de la Secretaría de Educación Pública, yendo a pie por la cercanía del Palacio Presidencial.
Al presentar su denuncia formal ante la Fiscalía de Justicia de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum manifestaba: “Si esto le sucede a una mandataria, ¿qué les pasará a todas las jóvenes?”. Alentando a las féminas de su nación que soporten cualquier forma de acoso a reportarlo y a no ignorarlo, recordando su propia vivencia de hostigamiento en el transporte público a sus 12 años.
Siendo reconocido el acoso sexual como una forma de violencia hacia las mujeres, constituye una manifestación adicional de los desequilibrios de poder de género que, es preciso señalar, están profundamente enraizados en la herencia de las estructuras coloniales implantadas y activas hasta hoy.
Es un acto que trasciende las dinámicas de poder entre hombres y mujeres e integra las intersecciones de género, etnia, clase y orientación sexual, afectando la dignidad y los derechos fundamentales de las personas, especialmente de las féminas, en este caso, una con posición de autoridad.
No obstante, acontece a todas las mujeres y menores, ubicadas en la confluencia de diversos factores sociales, como procedencia étnica, estrato social, preferencia sexual, que se entrecruzan creando experiencias singulares y, generalmente, sumando opresión y privilegios, enlazados para generar marcadas inequidades.
En nuestro país, la cantidad de incidentes de delitos sexuales reportados en estadísticas oficiales es considerable. La Procuraduría General de la República indica en su registro que, de enero a abril de este año, de los casi 22 mil sucesos de Delitos Sexuales registrados, 271 correspondieron a acoso sexual.
Una mujer o niña de origen afrodescendiente enfrentará la superposición de la discriminación racial y el género, distinto a una mujer blanca de origen europeo, hispano, etc., sumándose muchas más variantes y contextos sociales que interactúan, precisamente, impuestos desde ese patrón de dominación reciclado del colonialismo que se manifiesta en las sociedades contemporáneas a través de clasificaciones jerárquicas basadas en raza, estatus social y saber.
Lo vivido por Claudia Sheinbaum, siendo una mujer con capacidad de decisión, demuestra que las pautas de la masculinidad hegemónica impuesta y validada como un valor sociocultural, representan una violencia de género que debe ser deconstruida analizando cómo nuestras comunidades han sido históricamente subordinadas.














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