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Canto al Silencio: un diálogo con Pablo d’Ors

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Al arribar a Japón en 1939, el entonces joven jesuita español Pedro Arrupe presenció a una fémina local postrada ante el santísimo durante largas horas.

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Al arribar a Japón en 1939, el entonces joven jesuita español Pedro Arrupe presenció a una fémina local postrada ante el santísimo durante largas horas. Consciente de su escaso bagaje teológico sobre lo adorado, él inquirió por qué permanecía tanto tiempo allí. La mujer replicó, imperturbable, una frase que le dejó profunda huella: “estar”. Para el autor Pablo d’Ors, “el mutismo es la designación profana de lo divino. La quietud no es solo cese sonoro, sino de ego. Es metafísicamente inviable una espiritualidad sin sosiego. El recogimiento externo allana la interiorización, donde discernimos lo Supra-consciente o bien el arcano de Dios”.

Últimamente ha fallecido un allegado y percibo de nuevo mi carencia del don de las lágrimas. No obstante, albergo en mi interior un vacío, una sima que succiona la dicha externa y me sume en un talante de aflicción. Pablo d’Ors ofrece una respuesta parcial a esta interrogante sobre nuestro ser, al aseverar: “somos cuerpo y psique; pero es el silencio quien nos facilita percatarnos de ello. El sosiego nos faculta para darnos cuenta de que trascendemos la mera materialidad y la personalidad; como postularía el galo pensador y teólogo Pierre Teilhard de Chardin, no somos humanos viviendo una vivencia espiritual; somos entidades anímicas experimentando la existencia terrenal”.

La lírica de Santa Teresa contiene una expresión que he asimilado en estos días: “ando sin estarme ya en mí”. La mística hispana concebía que durante su travesía vital hubo instantes donde su físico se hallaba presente, pero su espíritu ya colindaba con lo Celestial. Pablo d’Ors comenta que “la introspección es una vía hacia la amalgamación. Habitualmente operamos fragmentados, separados, extraviados, hacia afuera. La práctica meditativa nos convoca, nos devuelve a nuestra raíz, nos restaura y nos reconduce al hogar”.

En estos momentos, el presbítero peninsular se encuentra visitando la República Dominicana y, al momento en que lea esto, varios compartirán con él en un seminario sobre la meditación. Una de las enseñanzas que destilan sus reflexiones es la siguiente: “lo que podemos aprender hoy es que, al igual que las primeras comunidades cristianas, también en esta coyuntura histórica debemos retornar al páramo, ya que allí

podremos recobrar nuestra esencia. No me refiero al ermo geográfico, por supuesto, sino a aquel espacio alegórico entre la servidumbre y la plenitud que simboliza el desierto”.

* Este análisis fue posible gracias a la colaboración de Luis Ferre, reportero de El Nuevo Día en Puerto Rico.

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