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Dos Melodías Luminosas: Ponen fin a la temporada sinfónica 2025

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Una obra imponente donde las trompetas y los metales vibran, impregnando un aire festivo y alegre, salpicado por instantes íntimos de meditación, culminando en una coda triunfal.

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Tras escuchar las melodías gloriosas de nuestro Himno Nacional, poniendo fin a la Temporada Sinfónica 2025, bajo la batuta del maestro José Antonio Molina, el concierto arranca con un saludo breve, solemne, victorioso: es la Fanfarria “Novi Tempori” -Del Tiempo Nuevo- del propio maestro Molina. Una obra imponente donde las trompetas y los metales vibran, impregnando un aire festivo y alegre, salpicado por instantes íntimos de meditación, culminando en una coda triunfal. Espléndido comienzo para la gran velada musical. Se oyen los primeros vítores.

El repertorio siguió con la Séptima Sinfonía en La Mayor, Op.92 de Ludwig Van Beethoven. Calificada por Richard Wagner como “la apoteosis de la danza, la danza en su cúspide”, esta sinfonía también refleja cómo el genio de Bonn, como todo gran creador, es espejo de su época, aludiendo a las contiendas contra las tropas napoleónicas.

Famoso por su empuje, el primer movimiento “Poco Sostenuto, Vivace”, estructurado en forma sonata, con su ritmo y pujanza dominantes, “pone música al cuerpo”. La orquesta, con una articulación precisa, ofrece en el “Vivace” un lucido solo del oboe —a cargo de Dejan Kulenovic—, hasta arribar con las trompas al gran remate del movimiento.

El “Allegretto” del segundo movimiento trae un tema expuesto inicialmente por las cuerdas, al que se suman progresivamente los demás instrumentos hasta alcanzar el “tutti” con un “crescendo” poderoso. Lleno de brío, el tercer movimiento “Presto”, un Scherzo, destaca por el trío de trompetas radiantes, timbales con una exactitud rítmica notable y la percusión.

El cuarto movimiento “Allegro con brio”, de forma sonata, es una explosión rítmica, con un desenlace frenético de energía y gozo. El director, con su oído armónico privilegiado, consigue marcar el compás adecuado para cada sección, logrando un equilibrio perfecto y la cohesión armónica de todo el entramado instrumental, cosechando al final los cálidos aplausos del público.

Tras el intermedio, el programa se cierra con la Cuarta Sinfonía en Fa menor Op.36, obra del compositor ruso Piotr I. Chaikovski. Una sinfonía cargada de dramatismo, con marcados contrastes entre sus partes que simbolizan la pugna de Chaikovski entre la dicha y la desolación.

La introducción del primer movimiento “Andante sostenuto” encierra la esencia de la sinfonía, la idea central sobre la que todo se cimienta: el “fatum”, el destino, “aquel poder funesto que frustra nuestros anhelos de felicidad; que vela celosamente para que la calma y el contento no resplandezcan en un cielo sin nubes”.

Trompas y vientos, seguidos por las trompetas, introducen el tema del sino, un motivo constante y siempre presente; luego, las cuerdas inician el primer tema en clave de vals. El segundo tema, de tinte melancólico, es presentado por el clarinete —interpretado por Jorge de Jesús Torres Sosa—.

El segundo movimiento “Andantino in modo de canzona” expresa honda tristeza, siendo una de las secciones más entrañables de la obra; arranca con un motivo inicial apesadumbrado, pero dulce a la vez, ofrecido por el oboe, y retomado por los violonchelos y las maderas. El tercer movimiento “Scherzo” posee una orquestación singular: arranca con un vibrante “ostinato” de las cuerdas en “pizzicato” que deja una estela imborrable.

El cuarto movimiento “Finale: Allegro con fuoco”, aunque exigente musicalmente, es una evocación que deja ver el talante nacionalista del autor; inspirado en una celebración popular, el primer tema irrumpe con potencia, mientras que el segundo se basa en un canto folclórico ruso, “El Abedul… Hay un tronco alto en mi prado”, que representa el júbilo y el optimismo, aunque no por ello deja de surgir el tema del… Destino. La Sinfonía concluye con una sensación de victoria.

La soberbia ejecución de esta Sinfonía por parte de nuestra Orquesta no impidió que, tras la conclusión de cada movimiento, el público —fiel asistente a los conciertos—, en un ímpetu espontáneo, rompiera en ovaciones.

La dirección de José Antonio Molina, precisa y ajustada, consigue la afinidad perfecta entre las distintas secciones de la orquesta, marcando un pulso que, a su vez, lo domina. No solo guía con la batuta en mano; todo su cuerpo es un vehículo expresivo que subraya el tempo y los relieves exactos.

La calidad de los instrumentistas que conforman nuestra Sinfónica, sumada a su acertada guía, los ha elevado a un plano superior de excelencia. Un cierre feliz y profesional para la Temporada Sinfónica 2025. Hasta el próximo ciclo.

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