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El retablo del altar principal de la iglesia Dominica

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Bajando la corona, se halla el blasón del soberano, que muestra sus vastos territorios.

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Durante la Edad Media, el saber leer y escribir no era común. Solamente los estamentos superiores, la nobleza y los frailes de las órdenes religiosas, dominaban aquellos extraños caracteres plasmados en láminas de pergamino.

Por este motivo, la Iglesia Católica, con el fin de alcanzar la conciencia de la gente, optó por levantar retablos en los templos, con la intención de instruir visualmente sobre todo aquello concerniente a la fe y a las figuras masculinas y femeninas elevadas a la santidad por una vida sin mácula de pecado.

Estos altares pintados o tallados, se construían generalmente en madera y recibían un tallado artístico.

Si bien en nuestra urbe colonial abundan numerosos retablos en sus hermosos edificios religiosos, la mayoría de ellos cuentan con nichos, aunque también existen los denominados de fachada, o sea, aquellos situados en la parte exterior del templo y labrados con el mismo material que la construcción.

En el templo de los Dominicos se ubica un retablo tras el altar principal. Es una pieza elaborada en madera.

En su remate superior ostenta el águila bicéfala, emblema del emperador Carlos V, del Sacro Imperio Romano Germánico, y I de España, a quien fue consagrado el templo.

En su parte superior, se aprecia la diadema imperial, flanqueada por el águila de dos cabezas, símbolo del monarca más poderoso del orbe, en aquella época. Bajando la corona, se halla el blasón del soberano, que muestra sus vastos territorios.

El escudo principal cuartelado, exhibe las armas de Castilla, Aragón, Sicilia y Nápoles. El conjunto se halla orlado por el vellocino de oro. Las columnas de Hércules flanquean el escudo y portan el lema: “Plus ultra”.

Pan de Oro

El retablo completo, de oscura caoba, se encuentra engalanado con pan de oro. Así, sosteniendo el escudo, observamos una talla rodeada de esferas, de estilo isabelino; la talla barroca enmarca una cruz, circundada por una guirnalda.

A ambos lados, dos pilares con capiteles dóricos encierran ornamentos vegetales en pan de oro. Del ápice de los pilares, desciende un adorno a modo de cordón, también cubierto de pan de oro, que culmina bajo un par de copones.

Sección Central del Retablo

En el centro del retablo, se encuentra esculpida y dorada, una espina, que corona el cuerpo principal.

Esta se halla tallada, recubierta de pan de oro, con forma semicircular, presentando los penachos que distinguen el estilo isabelino, y por debajo una estrella, rodeada de motivos vegetales.

Bajo esta figura se ubica el nicho que guarda la escultura de Santo Domingo de Guzmán, quien porta una cruz en su mano diestra y el evangelio en la izquierda. La figura luce un manto oscuro y un hábito blanco. El nicho, con su parte superior semicircular, está rodeado por un delicado tallado con motivos vegetales.

A los flancos del nicho, dos elementos estructurales en espiral sostienen sendos racimos de vid mediante una cadenilla.

Las representaciones de dos santas de la orden figuran a los lados del nicho, contenidas en óvalos pintados de verde con pan de oro a modo de cinta; sobre los óvalos, sendos lazos los engalanan.

La santa colocada a la izquierda, sostiene sobre su regazo un libro que guarda el evangelio. La santa del lado derecho blande un instrumento musical. Ambas figuras están coloreadas con tonos vivos, aplicados con gran esmero.

Sagrada Forma

Bajo el nicho, reposa la talla de la sagrada hostia.

Alrededor de la hostia, un fino tallado en pequeñas tiras se remata con una cruz.

El conjunto está envuelto por una talla en rombos. Lo acota un óvalo similar a los que rodean a las figuras de las santas.

Cuatro juegos de columnas labradas en madera resaltan este magno conjunto. Las exteriores sostienen también, racimos con el fruto de la vid.

Técnica Constructiva

— Bases Dóricas

Las bases dóricas, cubiertas de pan de oro, completan el extraordinario retablo del altar mayor del templo Dominico.

*En recuerdo de César Iván Feris Iglesias

*Por MARÍA CRISTINA DE CARÍAS Y CÉSAR LANGA FERREIRA

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