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Hay muchas razones

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En el habla cotidiana, es común escuchar a una madre inquirir con ternura y preocupación a su descendiente usando la siguiente pregunta: "¿Por qué lloras, criatura?".

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En el habla cotidiana, es común escuchar a una madre inquirir con ternura y preocupación a su descendiente usando la siguiente pregunta: “¿Por qué lloras, criatura?”.

Ella plantea la duda aun sabiendo que el pequeño carece del desarrollo necesario para contestar. No obstante, la figura materna no omite el cuestionamiento, quizás como una vía de escape a la inquietud de ignorar el motivo del llanto infantil.

Ya grandes, lanzamos preguntas al aire al observar conductas de líderes y autoridades que se desvían del esquema lógico que rige las acciones dentro de un país y a nivel global.

Hay sobradas causas para que incontables personas racionales se sosieguen por el rumbo que toman numerosos sucesos ocurriendo simultáneamente en diversos puntos del orbe. Lo penoso y triste del asunto es que todos son resultado del mal actuar de algunos de los hijos de la tierra. Europa, el Medio Oriente, África, Asia y la zona del Caribe son blanco de mortal violencia.

En lugar de decrecer, el clima bélico se acrecienta, y la anhelada calma, lejos de aproximarse, se esfuma cada vez más. Se anuncian pactos de sosiego y, sin embargo, continúan pereciendo individuos inocentes que abarcan infantes, jóvenes, adultos y mayores. Nadie se libra de la cadena de asesinatos en las áreas con conflicto.

Surgen algunos clamores que exigen el respeto a la vida, pero parece que una ceguera selectiva ha afectado a quienes empuñan las armas. No han sido suficientes las plegarias ni las peticiones para silenciar los instrumentos de guerra; las masacres localizadas y el riesgo de que la destrucción se extienda son cada vez mayores.

El mundo requiere la conformación de un vasto ejército armado con sensatez y afecto, para que inunde el territorio de arriba abajo y de lado a lado, con la única encomienda de borrar de la existencia el rencor y la codicia, sembrando en su lugar la armonía, la deferencia al derecho ajeno y la sana coexistencia entre todos los moradores del planeta.

Debe existir un lugar para cada individuo terrenal donde el aprecio por la vida sea una ley inquebrantable. El derecho a existir es precepto sagrado en el mundo animal y vegetal. Así lo sugiere la visión ecologista universal.

Unidos podemos frenar el ascenso del delirio expansivo. Ninguna etnia es superior o mejor que las otras; más bien se complementan mutuamente, en el sentido de que la entereza de una coadyuva a balancear la fragilidad de la otra, y viceversa.

No olvidemos nuestro legado de instinto grupal. Juntos triunfamos, separados caemos.

La historia, que es la gran mentora del mundo, nos ilustra que ha habido tiempos de caos y agravios, pero siempre ha emergido el fulgor de la cordura, la comprensión y la paz. Ninguna contienda es eterna. Incluso en el instante postrero de la vida podemos percibir el coro colectivo que susurra: “Que en paz descanse”.

Continuemos apostando por la tranquilidad global para que las venideras generaciones gocen el premio.

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