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El estudio, difundido en la revista científica ‘Stress & Health’, reveló que personas con poca actividad física que sumergían sus manos en agua helada hasta tres minutos antes de entrenar reportaban mayor aguante y agrado durante una rutina intensa en bicicleta estática.
Para ello, el profesor Marcelo Bigliassi y su alumna Dayanne Antonio, ambos de Brasil, examinaron con electroencefalografía los cerebros de 34 voluntarios sanos de entre 18 y 35 años que mantenían un sedentarismo casi absoluto (“actividad mínima” o nula), y emplearon inteligencia artificial (IA) para descifrar los datos.
Además, midieron aspectos fisiológicos como la frecuencia cardíaca y administraron cuestionarios psicológicos sobre su umbral de esfuerzo.
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“Nuestros hallazgos indican que, a mayor sensación de dolor, incomodidad y tensión física experimentada durante la prueba de frío intenso, más grata y menos penosa les resultó después la sesión de ejercicio”, explica Bigliassi, catedrático de psicofisiología y líder del programa de kinesiología de FIU.
Luego del frío o una práctica física exigente, los participantes manifestaron una “vivencia más satisfactoria y mejores estados de ánimo” a pesar de haber “transitados por mucho dolor, malestar y estrés”, comenta el académico, quien califica los hallazgos como “contrarios a la intuición”.
Esto se debe a que “se alteran los puntos de referencia” del dolor “al ejecutar estas acciones de exposición previa al entrenamiento”.
“Y entonces, todo lo subsiguiente puede sentirse algo más positivo, algo menos arduo”, describe.
Bigliassi confía en que esto motive nuevas pautas para ejercitarse, justo cuando cerca de las tres cuartas partes de los estadounidenses, el 73,6 %, padecen sobrepeso u obesidad, y menos de una cuarta parte, el 24,2 %, se mantienen activos adecuadamente, según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC).
Aunado a esto, el 50 % de los habitantes de EE. UU. no disfruta de la actividad física, según una encuesta de la consultora Freeletics.
La investigadora Antonio coincide en que las conclusiones sugieren que “quizás existe ahora una vía para modificar la conexión de las personas con el ejercicio y con su propio cuerpo en su vida diaria”.
“Pues, si logramos cambiar su perspectiva, pueden empezar a transformar todo su entorno. Por eso creo que este es el aspecto más fascinante de esta área de investigación en particular”, apunta la científica brasileña.
La experta opina que los resultados del estudio benefician a quienes actualmente no hallan placer en entrenar, además de reforzar la idea de que el método óptimo para ejercitarse es gradual, incrementando progresivamente la intensidad y la exigencia, lo cual potenciará el disfrute corporal.
“Diría que sí (ayudará a gozar el ejercicio) porque, si consideramos que esto puede transformar su percepción de sí mismos y del ejercicio, eso puede modificar su comportamiento”, sostiene.
Estos descubrimientos emergen mientras se populariza en plataformas sociales la práctica de inmersiones en hielo entre atletas.
Ambos expertos aclaran que, si bien hay pruebas de que sumergirse en hielo favorece la recuperación posterior al ejercicio, su investigación se centra más bien en los beneficios de hacerlo antes de la sesión.
“Ellos utilizan esto como un método de recuperación, por lo que no está ligado a lo que nosotros investigamos, ya que en nuestro caso, utilizamos el estímulo frío como un experimento controlado. Buscamos modificar el entorno de manera que podamos supervisar y observar el efecto real de esa alteración”, puntualiza Antonio.















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