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La vulnerabilidad de una nación se manifiesta en los momentos en que amenazas internas y externas, controlables y ajenas a nuestro dominio, impactan sobre el territorio. Los gobiernos deben procurar que estos sucesos no generen estragos humanos y materiales a causa de dejadez, negligencia o desconocimiento.
Sin duda, los meses de octubre y noviembre han puesto a prueba la fragilidad del país, golpeado por un temporal que, afortunadamente, evitó el paso directo por nuestro suelo, aunque sí causó perjuicios materiales a la agricultura y mermas significativas a la propiedad privada.
Otro gran sobresalto, desagradable por cierto, fue el apagón general, cuyos destrozos todavía están por cuantificarse. Lo que sí es evidente es el malestar y el enojo de la ciudadanía, que se vio sumida en el caos ante un evento que ponía en riesgo su integridad. No hay punto de comparación; habría que haber vivido ese momento para entender lo que se experimentó.
No obstante, no es la primera vez que en República Dominicana se experimenta un cese total de energía. Lo que procede es investigar si la magnitud del incidente del martes 11 de noviembre es comparable con los anteriores y si los estragos fueron similares. De lo que sí estamos seguros es que lo ocurrido dejó en evidencia al país y al ejecutivo, y que, sin importar a quién se le aclare la responsabilidad, lamentablemente siempre será la figura gobernante quien cargue con el peso, sea culpable o no.
Administrar una nación, labor que no es sencilla, atrae a muchos entusiastas del poder, ya sea como líderes o colectividad política. Pero la realidad es que dicha gestión no es para nada simple. Todos acceden al cargo con júbilo y contento, y varios terminan abatidos, exhaustos por un esfuerzo que frecuentemente no es reconocido ni recompensado, y en otros casos, criticado por su ineficacia.
No existe mejor analogía para guiar un país en tiempos complejos que la del núcleo familiar, donde los progenitores, preocupados por el bienestar de sus hijos, a veces se sienten frustrados por los resultados. Por mucho que se esfuercen, las circunstancias y los elementos propios y ajenos pueden desordenar la vida del hogar. Sin embargo, los padres alcanzarán la victoria cuando su entorno —vecinos, amistades y parientes— afirme de ellos: “¡Fueron excelentes guías!”, por haber cumplido cabalmente con su función.
Bajo lo expuesto, gobernar implica ser previsor, sobre todo en lo relativo a la defensa y la seguridad nacional, como pilar fundamental para resguardar a los habitantes de una nación. El corte de energía general dejará secuelas, al igual que las lluvias torrenciales del 4 de noviembre de 2022.
Hasta el momento, no se conocen todos los pormenores de aquella velada en que se observaban, en puentes, avenidas y calles de la capital, vastas multitudes caminando sin saber cómo volverían a sus casas. El tráfico era anárquico y la intranquilidad se sentía en el ambiente.
Los registros audiovisuales compartidos en plataformas digitales dicen mucho sobre esta problemática, que no solo afectó al Gran Santo Domingo, sino a todo el territorio nacional.
A la luz de hoy, los medios de comunicación han dado cobertura a lo arduas y desorganizadas que fueron esas largas horas, donde no solo sufrieron quienes no lograban regresar a sus hogares. Hay un aspecto crucial y prioritario: el impacto causado en las vidas de quienes estaban ingresados en centros asistenciales y se vieron perjudicados por el suceso. Que la Divinidad brinde fortaleza a esos hogares.
Nuestra nación requiere con urgencia enfocar sus prioridades en temas de resguardo nacional. Cuando sucesos incontrolables, desde dentro o fuera, originan situaciones como estas, donde se pone en juego la vida y la concordia social, el aparato estatal debe contemplar siempre estrategias no solo de prevención, sino también de reacción que permitan, en tiempo récord, restablecer cualquier escenario que perturbe la estabilidad del Estado.














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