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Afirman que es necesario vivir el ahora, dado que cada instante es un bien preciado. Al fin y cuentas, son los pequeños detalles los que conforman los grandes sucesos de la existencia. La vida misma, en toda su magnitud, es una travesía fugaz. El ser humano es como una llama que irradia luz por algún tiempo, miles de pequeños lapsos que se unen y tejen en un delicado tapiz para finalmente extinguirse.
Lo transitorio es aquello que dura poco, lo que se esfuma en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, lo pasajero no debe ser infravalorado por su brevedad. Por el contrario, las cosas fugaces deberían valorarse más debido a esa cualidad que poseen, ya que una vez que se marchan, no vuelven a nuestra realidad.
Este entendimiento lo han asimilado y aplicado los creadores de obras de arte pasajeras. El arte efímero se distingue por su naturaleza temporal. Estas creaciones, a diferencia de las convencionales, no persiguen ser preservadas, sino únicamente ser vividas. Nos invitan a reflexionar sobre el valor de algo que se desvanece tras un instante específico.
Más allá de quedar fijado en un lienzo, una escultura o cualquier otra forma de expresión artística, el arte momentáneo se graba en la mente, en el alma de quienes estuvieron allí para presenciarlo en su momento. Partiendo de esta reflexión, se puede entender que los sucesos breves de la vida operan de manera parecida. Ocurren y terminan, a veces más velozmente de lo deseado, pero su perdurabilidad posee una dimensión distinta a la material. Se instalan en nuestro interior, nos acompañan a lo largo de nuestra andadura, pero no concluyen con nosotros, pues de alguna manera siempre impactamos a otros, y cada vivencia nos moldea. Nada se aniquila por completo, sino que todo se transfigura.














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