Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
La del afecto. La del fin. La de la existencia. Con esa potencia de vendavales irrefrenables irrumpió para siempre Miguel Hernández en el acervo de la lírica española y mundial.
Esta semana se conmemoraron 115 años de su natalicio. El vate origundo de Orihuela fue el sudor de las tierras repletas de infantes y segadores, voz de los despojados y aliento de la indomable autonomía.
Miguel Hernández entretejió el padecimiento en los renglones de su arte, los cuales extendió al sol cual sábanas cargadas de sed y cebolla.
Se anticipó a su tiempo. Su lírica es tan canónica como moderna. Al dejar este mundo, entregó a la vida un “adiós, hermanos, compañeros, amigos: despedidme del sol y de las mieses”. Ni su azarosa travesía ni sus tribulaciones. ¡Ni la muerte! Nada logró cercenar sus convicciones, su responsabilidad social, política y versada. Miguel Hernández es y seguirá siendo El rayo que jamás se agota.















Agregar Comentario