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La explicación es simple: Luis Abinader saca del olvido a esos grandes próceres porque proviene de un núcleo familiar donde los ecos de la Patria siempre resonaron. Su progenitor, el doctor José Rafael Abinader, integró el círculo contra Trujillo que lideró el héroe nacional Salvador Estrella Sadhalá, uno de los valientes que ajusticiaron al dictador Rafael Leónidas Trujillo.
Nacido después de la caída del tirano, Luis creció observando y escuchando a su padre debatir con fervor sobre los temas cruciales como la libertad, la democracia y el progreso del pueblo dominicano. Fue testigo de la formación de su padre como intelectual, académico y político, cimientado en firmes principios éticos y democráticos. Desde joven supo que su padre había sido alto directivo del primer gobierno democrático tras la tiranía, defensor del gobierno constitucionalista de 1965 y figura prominente del Movimiento Renovador de la UASD, un faro del pensamiento liberal nacional.
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Ese ambiente explica por qué el presidente Abinader ha buscado honrar, con justicia y visión histórica, a los héroes y heroínas que definieron el rumbo de la Nación. Bajo su administración, la memoria de Rosa Duarte —no solo hermana del fundador, sino patriota con méritos propios— fue inmortalizada con un monumento en el Altar de la Patria. Asimismo, Abinader ha exaltado a la gran educadora nacional Ercilia Pepín, a Gregorio Urbano Gilbert, luchador contra la ocupación norteamericana de 1916, y recientemente a Juancito Rodríguez, quien se enfrentó con honor y coraje a la dictadura de Trujillo.
En contraste, Leonel Fernández y Danilo Medina cargan con la vergüenza de haber ascendido al poder —y gobernado por dos décadas— gracias al mal nombrado “Frente Patriótico”, un Pecado Original en el que Juan Bosch traicionó sus principios éticos y democráticos ante Joaquín Balaguer, quien encarnaba todo lo opuesto a los ideales del primer presidente democrático posdictadura.
Balaguer, confeso adulador del trujillismo, empleó métodos contrarios a la institucionalidad para asegurar el ascenso del PLD al poder en 1996. Esa herencia actuó como una condena: el llamado “Nuevo Camino” de intelectuales progresistas se desvirtuó, con el paso del tiempo, en dos décadas marcadas por la corrupción, la impunidad y el deterioro de las instituciones. El PLD de Leonel y Danilo terminó apostatando de los principios éticos y democráticos que profesaba, transformándose en una maquinaria política pragmática, desprovista de espíritu patriótico, que adoptó lo peor de Balaguer y olvidó lo mejor de Bosch. Al hacerlo, cortó su nexo moral con los héroes y mártires que dieron sentido a la República.
Por ello, en apenas cinco años, Luis Abinader ha logrado rendir homenaje a los grandes patriotas de la historia nacional de una manera que Leonel y Danilo no hicieron en veinte. Porque, más allá de la política, en Luis vibra auténtico espíritu patriótico heredado de su formación familiar y de su compromiso con la esencia misma de la dominicanidad.















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