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Si no fuera por la inversión publicitaria gubernamental, la mayoría de los medios, grandes y chicos, se encontrarían en una situación muy apurada, rozando la quiebra.
El asunto es bastante intrincado porque con ese gasto en publicidad, el gobierno ayuda al sostenimiento de la prensa, de la democracia, y a la libre difusión de ideas.
Se dice que la prensa es el cuarto poder del Estado. En teoría, sí, pero en la práctica, no. ¡Y lo afirma un veterano periodista como yo!
Desde hace varios años, el gasto publicitario ha sido empleado por los gobiernos como un instrumento político para silenciar a sus críticos más feroces y para recompensar a quienes les son afines o son militantes. Cuando el expresidente Leonel Fernández comentó que prefería “pagar para no matar”, no se refería únicamente a los jóvenes “alborotadores” de los barrios populares, sino también a muchos comunicadores y periodistas, a quienes no asesinaba físicamente, pero sí éticamente y moralmente.
El dinero servía para acallar voces. El PLD invertía más de diez mil millones de pesos al año en publicidad y propaganda, algo que los actuales críticos han olvidado por completo. Esa cifra se disparaba en épocas de elecciones con la “sustitución de cuñas” de las entidades públicas.
Durante la administración del Partido Revolucionario Moderno (PRM), que ha seguido la misma senda que sus predecesores, ha tomado fuerza un elemento algo más reciente: las redes sociales y las plataformas digitales, que se han convertido en una fuerza real, forzando a los medios tradicionales a imitarlas, digitalizándose para poder competir con la inmediatez, la rapidez y la oportunidad. Para estar al tanto de lo que ocurre a nivel mundial, ya no necesito aguardar la edición matutina de ningún diario. Los blogs, las páginas digitales, ofrecen información al instante, en tiempo real.
Ocurre que los propietarios de los grandes medios de comunicación son también grandes empresarios, aquellos que aportan sumas millonarias en las contiendas electorales, y luego reclaman sus pagos en especie. Estos grupos oligárquicos consiguen los contratos estatales más cuantiosos “ganados” en “licitaciones” que tienen nombres y apellidos definidos. Son siempre los mismos, en todos los rubros.
Los periódicos, canales televisivos y estaciones de radio reciben sustento del gobierno, no solo mediante la publicidad, sino también a través de los contratos para las obras públicas más importantes. Un puñado selecto de ingenieros contratistas y subcontratistas son los mayores beneficiarios en la edificación de inmuebles, vías terrestres, puentes, caminos secundarios, centros de salud y colegios.














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