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El 31 de octubre de 2020, el universo del cine se despidió de una leyenda: Sean Connery. El primero y para muchos el mejor James Bond falleció a los 90 años en su hogar en Nasáu, Bahamas, tras sufrir un paro cardíaco. Hoy, al cumplirse cinco años de su deceso, su figura aún inspira admiración, si bien también suscita debate.
Nacido en Edimburgo (Escocia) el 25 de agosto de 1930, Thomas Sean Connery fue un ícono de masculinidad, carisma y éxito durante más de medio siglo de trayectoria. No obstante, su vida tanto pública como privada siempre estuvo salpicada de contrastes.
Su gran ascenso a la fama ocurrió en 1962 con ‘Agente 007 contra el Dr. No’, el inicio de la saga de James Bond. Encarnó al espía británico en siete largometrajes entre 1962 y 1983, estableciendo las bases del personaje con su combinación de distinción, firmeza y atractivo. Fue el rostro del agente secreto más célebre del cine para toda una generación.
Connery logró forjar una carrera que trascendió el esmoquin y el Martini. Participó en filmes icónicos como ‘El hombre que pudo reinar’ (1975), ‘El nombre de la rosa’ (1986), ‘Los intocables de Eliot Ness’ (1987), ‘La caza del Octubre Rojo’ (1990), ‘Indiana Jones y la última cruzada’ (1989), ‘La roca’ (1996) y ‘Descubriendo a Forrester’ (2000), su último rol protagónico en pantalla grande.
A pesar de sus aciertos, dejó pasar oportunidades valiosas: renunció al papel de Hannibal Lecter en ‘El silencio de los corderos’, rol que a la postre le valió un Óscar a Anthony Hopkins. “Afortunadamente, Hopkins dijo que sí”, relató años después el director Jonathan Demme en una charla con Deadline. “Gracias a ese ‘no’, obtuvimos una de las mejores actuaciones de la historia”.
Connery fue un emblema nacional. Lideró sondeos como “El escocés más grande vivo”, y la revista People lo nombró “El hombre más sexy del mundo” en 1989 y “El más sexy del siglo” en 1999. Su poder de atracción trascendió edades, y su imagen se convirtió en sinónimo de hombría.
Entre sus reconocimientos se cuentan el Óscar y el Globo de Oro a Mejor Actor de Reparto por ‘Los intocables de Eliot Ness’, el Bafta por ‘El nombre de la rosa’, y el galardón Cecil B. DeMille por su trayectoria. En el año 2000, la reina Isabel II le otorgó el título de Knight Bachelor, un honor que aceptó con orgullo pese a sus notorias objeciones a la gestión del gobierno laborista que lo propuso.
Pero Connery no solo fue luces; también fue una figura con facetas polémicas, marcada por comentarios y conductas machistas que, si bien podían reflejar su época, no dejaban de generar malestar incluso en ese entonces.
En una entrevista con Playboy en 1965, Connery opinó que no le parecía incorrecto golpear a una mujer si “todas las demás opciones fallaban”. Décadas después, en 1987, la periodista Barbara Walters le dio la oportunidad de desdecirse en televisión. Su contestación fue tajante: “No he cambiado de idea. No creo que esté mal pegar a una mujer si se lo merece”.
Las imputaciones no cesaron ahí. En 2006, su segunda esposa, la actriz Diane Cilento, reveló en sus memorias ‘My Nine Lives’ que Connery había sido física y emocionalmente agresivo durante su unión.
Además, su postura política también generó roce, ya que era muy crítico con la política del Reino Unido mientras residía en un refugio fiscal (Bahamas). De igual forma, apoyó abiertamente la independencia de Escocia, canalizando importantes sumas al Partido Nacional Escocés.
A cinco años de su fallecimiento, la figura de Sean Connery sigue dividiendo pareceres. Fue un actor formidable, una superestrella internacional, un emblema de una era cinematográfica. Pero asimismo fue un hombre con declaraciones difíciles de defender, cuyas ideas sobre la mujer y la violencia de género resultan inaceptables hoy en día.
Como muchas personalidades públicas del siglo XX, su legado navega entre la ovación y el examen riguroso. Sean Connery fue, en esencia, tan cautivador como ambiguo: el Bond más atractivo, el escocés más grande, y un complejo espejo de su tiempo.















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