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El anunció del mandatario Abinader de que no buscaría un tercer período destapó la pugna por las ambiciones en un grupo de jóvenes funcionarios y políticos que, sin méritos probados de una trayectoria política de años, se creen —y se consideran— aptos para aspirar a la presidencia de la nación.
Hasta ahora, es una contienda muy discreta, buscando un espacio y darse a conocer en el escenario político nacional, sin atreverse a un enfrentamiento abierto. Esto contrasta con la actitud de la alcaldesa del Distrito Nacional, quien, siendo hija de un exmandatario, se lanza con toda su energía y el respaldo de su padre, ofreciéndose como la mejor garantía para dar continuidad al buen rumbo que el presidente Abinader le imprime a la gestión gubernamental.
Estamos presenciando los forcejeos de los políticos jóvenes que, recompensados con posiciones que manejan cuantiosos fondos, podrían incrementar sus movimientos hasta volverse incontrolables. Conforme se acerque el 2028, sus aspiraciones políticas y administrativas se transformarán en un hervidero imparable de repartición de cargos y paralizarán una administración conocida por sus obras inconclusas, que además intenta comenzar proyectos que quedan estancados por falta de presupuesto, diseños definidos o claridad sobre el destino final de las iniciativas oficiales.
Sabemos que el PRM surgió como una escisión del PRD, partido que, al gobernar, dejó al país sumido en una parálisis administrativa. Ellos inflaron la plantilla pública con cientos de jubilaciones privilegiadas para numerosos políticos notorios por su adhesión partidaria y legado de su agrupación original, el PRD de recordación amarga, sin aptitud para una administración eficiente.
Los malos gobiernos que han asfixiado al pueblo dominicano desde el deceso de Trujillo son una herencia del dictador, integrándose en el cúmulo de sucesos que configuran un relato paralelo al que institucionalmente debimos haber protagonizado con las acciones correctas de hombres y mujeres que entendían su deber para con el país y con el jefe de Estado de turno que depositó su confianza en esos individuos. Su meta era afianzarse en sus puestos, iniciando el saqueo de recursos para su propio beneficio, lo que pronto se materializó en mansiones lujosas, flotas vehiculares, casas de descanso y educación de élite para sus hijos, tanto en el país como en el extranjero.
El horizonte político no es muy alentador y se caracteriza por una corrupción maquillada, donde los abusos con los fondos públicos se cometen bajo diversos eufemismos, y los responsables disfrutan en restaurantes y balnearios viendo crecer sus cuentas bancarias o las de sus cómplices. Esto se ve facilitado por la proliferación de figuras políticas que antes podrían ser catalogadas como humildes y ahora ostentan una vida dispendiosa, sin considerar que el pueblo, en algún momento futuro, les pedirá cuentas por esa apropiación indebida de los recursos públicos destinados al bienestar común.
La sensatez de los dominicanos no contaminados por la corrupción observa con consternación el despliegue de inmoralidad en ciudadanos que avergüenzan a la parte sana de la sociedad, al ver cómo los servidores públicos abusan o disfrutan de sus posiciones y de la confianza que el presidente de turno depositó en ellos al nombrarlos, creyendo que respetarían un manejo pulcro y apegado a la probidad que deben mostrar las figuras públicas en su día a día funcional.














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