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Hace una década, George Miller retornó al entorno postapocalíptico que lo catapultó a la fama con Mad Max: Furia en el Camino (2015). Con Tom Hardy y Charlize Theron como figuras centrales, esta entrega revitalizó la franquicia y se erigió como un estándar del cine de acción contemporáneo. Su llegada supuso un cambio de era gracias a su impresionante despliegue visual, un ritmo incesante y un relato potente que resonó con muchísimas personas.
Con una inversión cercana a los 150 millones de dólares, el largometraje ingresó cerca de 400 millones en recaudación y dominó la época de premios, alzándose con seis estatuillas de la Academia, entre ellas mejor cortometraje, dirección artística y vestuario. Rodada en el desierto de Namibia utilizando pocos efectos generados por computadora, sobresalió por sus secuencias de acción auténticas y un argumento robusto que complementaba la gran tensión sin pausas.
La trama se centra en Furiosa, quien escapa con las esposas del déspota Immortan Joe, cruzándose con Max Rockatansky en plena aridez. Unidos, inician una persecución vibrante y llena de explosiones en pos de la libertad. Más que mero cine de acción, Furia en el Camino se transformó en una travesía sentimental sobre cómo subsistir, resistir y mantener la ilusión en medio del desastre.
En el set, la filmación estuvo teñida por fricciones entre Theron y Hardy, quienes con el tiempo admitieron que la vivencia fue ardua. Si bien su vínculo fue complicado, esa misma energía se plasmó en la pantalla, forjando uno de los dúos más memorables del cine reciente. Hoy, diez años después, Mad Max: Furia en el Camino permanece como una pieza disruptiva que ha dejado una marca indeleble en la industria fílmica.
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