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Cronicanto derrotado ante la impunidad (De Cobras, pulpos y calamares)

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La corrupción no es el problema. Al fin y al cabo, siempre ha acompañado a los colectivos humanos en la isla, hasta el punto de que, desde los tiempos de la señora del gobernador Ovando, se habla de una licitación para el acueducto de la zona histórica de la ciudad, supuestamente amañada para favorecer a un jovenzuelo del Body Shop de la época, presuntamente cercano a doña Leonor.

Nuestro problema no es la corrupción, sino la impunidad, que hasta la fecha ninguno de nuestros gobiernos ha logrado eliminar. Si en los amores, más que el adulterio en sí molesta el “cuchicheo”, en la corrupción lo grave es la impunidad, acompañada de fantochería y exhibicionismo.

Actualmente, tenemos partidos tan pequeños que podrían celebrar una reunión de su comité central en el asiento trasero de un Kia Picanto, aunque muchos de sus dirigentes son rapaces como ratones hambrientos en una casa donde desapareció el gato. Leyes sin dientes. Elecciones como inversión.

Ministerio de Obras Publicas

De 1966 a 1996, la corrupción era fácil, pues se daba por hecho que Balaguer, el déspota más ilustrado de los delfines de Trujillo, poseía innatas capacidades para convertir la corrupción en un instrumento de control político.

Hagan memoria o pregúntenle al abuelo. No olvidemos que Trujillo fue impuesto por Estados Unidos, no solo para controlar el país, sino también para apaciguar, ordenar y evitar la continuidad del “conchoprimismo” militante de esos años.

Trujillo, como Hitler o Trump, es fruto de unos olvidos, del descuido irresponsable de unas élites económicas y políticas que no han logrado constituirse en clase gobernante, aunque sí dominante (J. Bosch).

Unas élites celosas (como guinea tuerta) de sus viejos privilegios, al punto de que muchos de sus miembros se asumen ya no solo como oligarquía, sino también como monarquía nacional con la corona del dinero.

El país no ha cambiado tanto. Busque los apellidos de los ministros y suplidores del Estado de todos nuestros gobiernos desde Pedro Santana (1844) hasta ayer, y encontrará el origen de muchas de las fortunas nacionales que, apoyadas en actores de las élites políticas, lograron el milagro bíblico, no de los panes y los peces, sino el de aumentar el número de sus miembros y, finalmente, profesionalizar la bendita corrupción. Por eso nos ha sido tan difícil, en los hechos, frenar la impunidad. Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

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