Durante décadas, el actor Ángel Salvador Pérez Martínez, conocido en el ambiente cultural dominicano como “El Pera”, ha sido una figura central en la trayectoria del teatro nacional. Fundador del icónico Teatro Rodante Dominicano, su perspectiva superó los escenarios urbanos para llevar la expresión dramática a las áreas más remotas de la República Dominicana. Su trayectoria es un ejemplo de un compromiso inquebrantable con el acceso a la cultura como un derecho fundamental.
Para El Pera, la formalización institucional de las manifestaciones artísticas dominicanas tiene un origen claro: Bellas Artes. “Bellas Artes, para mí, es la esencia más elevada de la formación artística”, declara con la certeza de quien ha vivido el proceso desde sus bases. Recuerda que antes de la creación de la Dirección General de Bellas Artes, en julio de 1940, lo único que funcionaba era el Conservatorio Nacional de Música y Declamación. La consolidación del teatro se dio con la llegada de nuevos docentes y el respaldo gubernamental. “Bellas Artes es la matriz fundacional de las artes en la República Dominicana”, afirma.
Al analizar los motivos que permitieron la gestación del Teatro Rodante, es evidente que su concepción del arte nunca fue exclusiva; desde el principio entendió que debía alcanzar audiencias más allá de los grandes auditorios. Por ello, la idea del Teatro Rodante surgió de una simple pero poderosa observación: “el vecindario nunca había asistido al teatro”, señala.
Pérez Martínez relata que entre 1930 y 1940, las únicas representaciones teatrales se llevaban a cabo en el Teatro Capitolio de la avenida Independencia, generalmente cuando visitaba alguna agrupación foránea, usualmente española o cubana, o en el Cine-Teatro Olimpia, propiedad de la familia Gómez, inaugurado en 1941. Sin embargo, estos espectáculos estaban fuera del alcance de la mayoría de los dominicanos. “Los artistas profesionales no estaban dispuestos a ir a los pueblos, tendrían sus motivos”, reflexiona.
Fue así como, a partir de 1959, El Pera inició una travesía sin precedentes por todo el territorio nacional. Eran los primeros pasos de su proyecto Teatro Rodante Dominicano, una compañía itinerante que sorteó barreras, prejuicios y limitaciones para implantar la tradición teatral en cada rincón.
Primeras representaciones, primeros escollos
Los comienzos no fueron sencillos. Por ejemplo, en Pedernales, una de las primeras localidades visitadas, encontró resistencia. “Me dijeron que no podría hacerlo”. No obstante, no se detuvo. Localizó un inmueble clausurado, el antiguo Palacio del Partido Dominicano, y solicitó su apertura para montar la obra. La respuesta del público fue abrumadora. El gobernador, al ver la acogida, lo instó a prolongar su estancia: “Todo el pueblo ha venido aquí, tiene que ofrecer más funciones”, recuerda que le manifestó.
Y así fue: una función a las 7:00 y otra a las 10:00 de la noche. Incluso, el entonces senador provincial Pablo Rafael Casimiro Castro le pidió que lo alertara a su regreso a Pedernales, para aprovechar la convocatoria del teatro en sus actos políticos. “Todo el poblado acudió al teatro, dejando de lado las actividades políticas locales”, cuenta El Pera, todavía impresionado.
Entre la cultura y las lides políticas
La misión de llevar teatro a las zonas limítrofes de la República Dominicana no estuvo libre de controversias. Luego de presentar la puesta en escena “Pedro y el lobo”, de Sergei Prokofiev, fue señalado como comunista por utilizar una obra de un autor soviético. Sin embargo, su intención era netamente formativa y cultural. “Es que en las comunidades había centros de música, por eso conocían los instrumentos, pero nunca habían presenciado una obra de teatro”, rememora.
Con ese enfoque, El Pera recorrió Jimaní, Elías Piña, Barahona y muchos otros poblados. En cada sitio, no solo presentaba espectáculos, sino que también impartía talleres y dejaba establecida una pequeña escuela de actuación. Un teatro esencial, sembrado con sencillez. Gracias a este esfuerzo descomunal, la prensa nacional llegó a catalogar al Teatro Rodante como una “necesidad imperiosa”. A su paso, fue fomentando una tradición teatral que incluso empujó a los grupos profesionales de la capital a salir a las provincias, comprendiendo el poder del arte como un catalizador de cambio social.
“Siempre decía que no tenía sentido que existieran tantas academias musicales en el país y ninguna de teatro”, recuerda. Para El Pera, el teatro debía ser una herramienta didáctica desde la niñez. Él mismo tuvo su primer encuentro con los clásicos en una institución pública, la Escuela República de Argentina, donde presenció “La guarda cuidadosa” de Cervantes. “La aprendí de memoria”, dice el artista con orgullo.
Legado vigente
Hoy, a pesar de los intentos de desmantelar el Teatro Rodante en varias ocasiones, la iniciativa sigue activa. Es un emblema de perseverancia, de creación comunitaria y de una nación que, merced a pioneros como El Pera, pudo considerar el teatro como un medio de conexión, identidad y respeto propio.
Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.















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