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El primer músico egresado de la familia

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Con gran dificultad, mucha dedicación, un apoyo familiar desmedido, numerosas llamadas telefónicas y mucho más tiempo, todo el tiempo del mundo (cualquiera podría pensar que es una exageración, pero los vecinos, los familiares y quienes suelen visitar la casa de la familia Papatono Perrota aseguran que es la expresión justa de la realidad), Don Joselo Papatono Perrota, cerca de los 55 años, se graduó como músico concertista con la opción de integrarse a la Orquesta Sinfónica Nacional.

No hace falta imaginar la justa felicidad y el gran alboroto que generó tal noticia en su hogar, así como la fiesta que celebró la familia Papatono Perrota al enterarse, de boca del propio Don Joselito —como todos llaman a Don Joselo Papatono Perrota—, pues quienes conocen a los Papatono Perrota lo cuentan y fácilmente aseguran que, a partir de ese momento, toda la familia se reúne cada viernes desde que empieza a caer la tarde para celebrarlo con unas fiestas que duran todo el fin de semana, llamadas las patronales musicales de los Papatono Perrota. En ellas, sale a relucir el talento natural de cada miembro de la familia y su desmedida habilidad para crear música con cualquier objeto.

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Volviendo a la noticia que trajo el primer músico graduado de la familia Papatono Perrota, como mencionaba el párrafo anterior, casi al inicio de una tarde cualquiera de diciembre, llegó el propio Don Joselito con sus 333 libras y sus 55 años, muy sudado y con un bulto amarillo en la espalda.

La familia Papatono Perrota estaba, como todos los residentes de su cuadra los fines de semana —era sábado—, sentada alrededor y sobre un muro de ladrillos frente a su casa, mirando el mar. Desde que apareció a lo lejos la enorme figura de Don Joselito, comenzaron las risas como escalas musicales de una gran orquesta, que no cesaron hasta tenerlo frente a ellos, cuando Don Joselito dijo: —Llegué. Y atiende, papá —sacó del bulto un diploma que le entregó en sus manos y, de inmediato, con ayuda de todos y con extremo cuidado, sacó un gran instrumento musical plateado, “se llama tuba”, dijo Joselito, y enseguida empezó a soplarlo por un extremo, haciéndolo sonar durante el resto de la tarde ante la familia, primero completamente enmudecida, luego poco a poco cada uno comenzó a palmear, a aplaudir, a tocar botellas con palitos y piedrecitas, a zapatear el piso, a chocar vasos de vidrio o plástico, siempre siguiendo la música del recién llegado, y con los ojos abiertos como faroles, dándose golpes en el pecho o pellizcándose y palmoteándose unos a otros como quien aún no lo puede creer.

El diploma lo colgaron en la puerta de entrada de la casa antes de cerrarla e irse a dormir al caer la noche, todos muy agotados tras varias horas sin otra comunicación que no fuera la música, orgullosos y felices como nunca antes. Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

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