Los bananeros están siendo golpeados por dos fuerzas igualmente implacables, hasta el punto de que resulta complicado determinar cuál de ellas es más destructiva: el impacto del cambio climático, que enferma las musáceas, y los precios depredatorios en la Unión Europea, que arruinan los sueños del productor.
Sobre los efectos del cambio climático ya habíamos escrito anteriormente. En una publicación del 9 de junio de este año, difundimos un informe de la organización Christian Aid, que anticipa que el 60 % de las zonas productoras de banano a nivel mundial podrían volverse inutilizables antes de 2080, debido a las alteraciones climáticas que han creado un terreno propicio para la propagación de plagas como el Fusarium Raza Tropical 4 (TR4) y la sigatoka negra, dos de las enfermedades más devastadoras para este cultivo.
Los estragos en la producción bananera del país explican, en parte, el declive de las exportaciones dominicanas: de 363 millones de dólares en 2021, descendieron a 323 millones en 2022 y continuaron bajando hasta 202.7 millones en 2024. Esto ha provocado, además, la quiebra de numerosos productores. Cifras correspondientes a 2024 revelan que, de los 1,800 productores que cuatro años antes formaban parte de la Asociación Dominicana de Productores de Banano (Adobanano), solo quedaban 1,300. Asimismo, de 33 asociaciones de productores bananeros solo permanecían 23, mientras que de las 17 exportadoras apenas continuaban 10.
Revertir el problema requiere un nivel de esfuerzo percibido que supera la capacidad de cualquier país, sin importar sus recursos o tamaño. Las mayores probabilidades de mitigar el daño provendrían del desarrollo de variedades de banano más resistentes al cambio climático y de la adopción de prácticas de cultivo adaptadas a la nueva realidad.
En cuanto al otro problema, el de los precios depredatorios en Europa —un mercado abastecido en un 70 % por el banano latinoamericano—, la solución pasa por la unión de los países de la región para enfrentar prácticas comerciales lesivas, como el uso del banano como producto de “enganche”: venderlo a precios muy bajos, incluso por debajo de sus costos, para atraer clientes que terminan realizando otras compras con mayores márgenes de ganancia. En la práctica funciona así: el consumidor ve el banano barato y acude al supermercado por esa razón; una vez dentro, compra otros productos más rentables. (El precio del banano fue de 1,04 euros por kilogramo en 2022, bajó a 0,81 euros en 2023 y se ubicó en 0,85 euros en 2024).
Solo mediante la unidad de los países productores latinoamericanos de banano podría lograrse que las cadenas de supermercados europeas abandonen estas prácticas. Pero no es una tarea fácil: la fragmentación que ha caracterizado al sector no es casual, sino resultado de un sistema comercial internacional que incentiva la competencia, desalienta la cooperación y coloca a los productores en desventaja frente a compradores, multinacionales y reguladores. A esto se suma un comportamiento individualista muy arraigado, donde para muchos productores colaborar para exigir mejores condiciones parece, con frecuencia, arriesgar participación de mercado.
Pero en momentos en que la naturaleza azota y el comercio exprime, es necesario cambiar, para que el productor no quede atrapado entre esos dos mares en tempestad. Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.









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