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Guerra psicológica

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Apreciado lector, la palabra guerra es un concepto que, aunque puede aplicarse en diversos aspectos de la vida cotidiana, suele evocarnos conflictos entre países.

Apreciado lector, la palabra guerra es un concepto que, aunque puede aplicarse en diversos aspectos de la vida cotidiana, suele evocarnos conflictos entre países. Sin embargo, la guerra psicológica va más allá de lo militar: se emplea para influir en la percepción y el comportamiento de individuos y sociedades enteras, actuando silenciosamente en nuestra vida diaria. En esencia, son estrategias diseñadas para modificar el pensamiento y las emociones de las personas, influyendo en su percepción y conducta.

Un ejemplo común —y muy lucrativo para algunos— es la voraz industria farmacéutica. Esta se ha hecho multimillonaria aplicando estrategias psicológicas de influencia, rebautizadas con el atractivo término de marketing, y contando con la complicidad de numerosos médicos. Este fenómeno no se limita al sector salud. También ocurre en la vida cotidiana: personas que poseen un vehículo en perfectas condiciones —lo que en España llaman un utilitario— se endeudan para comprar uno nuevo, creyendo ilusamente que así serán más valoradas por familiares y conocidos. La guerra psicológica, como se observa, no requiere uniformes ni trincheras.

Y si hablamos de manipulación emocional, es inevitable dirigir la mirada hacia las relaciones de pareja —sean heterosexuales u homosexuales— donde estas dinámicas se ocultan bajo conductas aparentemente bondadosas cuyo verdadero objetivo es ejercer control. Erich Fromm denominó este patrón como sadismo benévolo. Para ilustrar esta lógica, imaginemos un diálogo entre la primera pareja bíblica, Adán y Eva:

Adán: Eva, ¿qué te sucede? Desde ayer estás muy callada y con rostro duro.

Eva: Además de demostrarme con tus hechos que no me amas ni me valoras, ahora quieres hacerme creer que no sabes por qué estoy enojada, como si yo fuera tonta, estúpida o una imbécil.

Adán: Eva, aunque no me creas, te aseguro que no lo sé.

Eva (llorando): Sabes muy bien que deseo comer del fruto de ese “árbol”, pero tú, como siempre tan timorato… te niegas.

Adán: Está bien, mi amor. Si eso te devuelve la alegría, comamos.

Eva: ¡Ay, Ady! Ya me siento feliz.

Ministerio de Obras Publicas

Aunque el diálogo pueda parecer simple o disparatado, no está lejos de la lógica relacional humana. Por eso, cuando Yahvé le reclama a Adán, “¿has comido acaso del árbol que te prohibí comer? Dijo el hombre: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí”. (Génesis 3:11-12. Versión Biblia de Jerusalén Latinoamericana).

La respuesta de Adán es cobarde, irresponsable (como suelen ser los hombres en la mayoría de las situaciones conflictivas con sus parejas) y casi blasfema. El metamensaje es claro: “si buscas culpables, empieza por ti. Yo no te pedí mujer por compañera, eso fue idea tuya. Y ahora mira lo que ella, con sus artimañas, me indujo a hacer. Así que los culpables son ustedes dos”.

Hasta aquí, hemos visto la guerra psicológica en la vida diaria y en la dinámica relacional. Pero también se manifiesta en escenarios de mayor escala. Pasemos, pues, a ver —de forma resumida— cómo opera en asuntos bélicos. Uno de los tratados más citados sobre estrategias de guerra es “El arte de la guerra” de Sun Tzu (siglos V-VI a. C.). Sus principios se aplicaron incluso en la Primera y Segunda Guerra Mundial. Su esencia es simple: desmoralizar al adversario para someterlo o vencerlo sin asumir grandes riesgos… exactamente lo que el presidente Donald Trump intenta —sin éxito— con Venezuela.

Sin embargo, aunque muchos escritores exaltan a Sun Tzu, lo cierto es que mucho tiempo antes de que él publicara su libro, la Biblia ya recogía ejemplos de guerra psicológica con resultados favorables.

La caída de Jericó es paradigmática (1240-1200 a. C.). Se trataba de una ciudad amurallada que Josué y los israelitas debieron enfrentar al llegar a la tierra prometida. Jericó se encerró, temerosa de un pueblo (los israelitas) del que se decía había derrotado ejércitos poderosos, bien entrenados y armados, como los amorreos (rey Sehón) y los de Basán (rey Og).

La estrategia (guerra psicológica) contra Jericó fue peculiar. Se llevó a cabo siguiendo las instrucciones directas de Yahvé, que consistían en lo siguiente: “Ustedes, todos los hombres de guerra, rodearán la ciudad, dando una vuelta alrededor. Así harán durante seis días. Siete sacerdotes llevarán delante del arca las siete trompetas de cuerno de carnero. El séptimo día darán la vuelta a la ciudad siete veces y los sacerdotes tocarán las trompetas. Cuando suene el cuerno de carnero (cuando oigan el sonar de la trompeta), todo el pueblo prorrumpirá en un gran alarido y el muro de la ciudad se vendrá abajo. Y el pueblo se lanzará al asalto, cada uno por el lugar que tenga enfrente”. (Josué 6:3-5. Versión Biblia de Jerusalén Latinoamericana).

Veamos la instrucción: rodear la ciudad durante seis días, tocar trompetas en procesión y, el séptimo día, gritar al unísono para que los muros cayeran. De esa manera, Jericó sería derrotada. A los incrédulos esto les suena absurdo; quizás historia para fanáticos religiosos o para una novela de ficción. Intentemos, aun así, responder a los quisquillosos recordando lo que el eminente científico Albert Einstein expresó en una carta enviada al filósofo Eric Gutkind, en 1954, diciéndole lo siguiente: “Ninguna interpretación, no importa cuán sutil sea, puede para mí cambiar esto”.

Es decir, que para algunos, cualquier análisis, explicación o interpretación relacionada con los hechos narrados en la Biblia sería un esfuerzo inútil, porque ellos, al igual que Einstein, consideran que la Biblia es solo una colección de leyendas primitivas e infantiles.

No obstante, vale una explicación racional: en la actualidad, las fuerzas especiales de los ejércitos más desarrollados que los de nuestros países pobres poseen un arma no letal que utiliza ondas sonoras para dispersar multitudes en manifestaciones populares o ahuyentar masas sin causar muertes ni heridas graves. Esa arma se conoce como LRAD (Long Range Acoustic Device), que significa Dispositivo Acústico de Largo Alcance. Nos referimos a esto porque el considerado mejor experto e investigador de las ondas sonoras a nivel mundial, Taylor Wang —exastronauta— sostiene que una combinación de trompetas, gritos masivos y resonancia amplificada por el Arca de la Alianza pudo generar vibraciones suficientes para colapsar puntos específicos del muro. La resonancia destruye cuando se concentra; sana cuando se usa con pericia. Por eso, se derrumbó.

Ahora bien, volviendo a la geopolítica contemporánea, tal vez usted se pregunte: ¿por qué será infructuosa la guerra psicológica del presidente Trump contra Venezuela?

En el pasado, estas técnicas (la guerra psicológica clásica) funcionaban porque generaban temor y dependían del engaño. Hoy, el engaño ya no es posible. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos creó un “ejército fantasma” hecho de tanques y aviones inflables que engañó a los alemanes. Los alemanes, engañados por la apariencia y por mensajes “codificados”, percibieron que había un ejército sumamente poderoso que atacaría por un sitio completamente diferente al real, y movieron mal sus tropas. Eso hizo que Hitler no desplazara sus tropas especiales de esos lugares (lo cierto es que Hitler, como soldado, era mediocre), y ese tiempo valioso fue aprovechado por los aliados para lograr un gran avance durante la invasión conocida como Día D.

Eso jamás ocurriría hoy: los drones, la inteligencia satelital y la vigilancia cibernética revelan la verdad en minutos.

Aunque Trump exhibe una gran fuerza bélica, líderes que detestan a Nicolás Maduro —como el presidente colombiano Gustavo Petro— han manifestado su solidaridad y preocupación. Un ataque terrestre tendría un costo humano inaceptable para la opinión pública estadounidense.

Para dimensionar:

– Panamá (1989): contaba con fuerzas armadas entre 12,000 y 16,000 soldados.

– Venezuela (2025): 123,000 soldados, además de fuerza aérea, naval y población civil armada y dispuesta a defenderse.

Y, a diferencia de Jericó, los venezolanos no están aterrorizados. Un conflicto terrestre tendría consecuencias imprevisibles y políticamente insostenibles.

Conclusión: La guerra psicológica no ha sido efectiva, y la realidad geopolítica impone sus límites. Tarde o temprano habrá que negociar porque Estados Unidos no desea destruir a Venezuela; lo que busca es poder disfrutar de su petróleo. Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

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