Fuente: Adrián Cordellat/adrian_cordellat@elpais.com
Juan Antonio Madrid (El Cañar, Cartagena, 68 años) es reconocido mundialmente como uno de los expertos más destacados en medicina del sueño. Como catedrático de Fisiología y creador del Laboratorio de Cronobiología y Sueño en la Universidad de Murcia, Madrid representa un claro ejemplo de investigador que logra despertar el interés por la ciencia incluso en quienes no están familiarizados con ella, gracias a su habilidad para la divulgación. Su obra más reciente, El sueño del sapiens (Plataforma Editorial), es una prueba de ello: un fascinante recorrido histórico, narrado con cercanía y claridad, que explica la evolución del sueño en la humanidad. Además, aborda cómo ese sueño nos hizo humanos y cómo actualmente está amenazado y dominado por las presiones productivas propias de las sociedades modernas.
Madrid comienza esta travesía con humildad y reconoce que, todavía hoy, científicos como él no tienen una respuesta definitiva a la cuestión “por qué dormimos”. “Recientemente, se han logrado dos avances importantes en la identificación de mecanismos básicos que sugieren que dormimos porque las mitocondrias, las centrales energéticas de nuestras células, necesitan recuperarse. Creo que la explicación podría estar ahí”, comenta durante una conversación telefónica.
Pregunta. ¿Existe evidencia más sólida sobre el impacto negativo de no dormir?
Respuesta. Sí, sabemos cuáles son las funciones esenciales del sueño, muchas de ellas vitales. Dormir es la única estrategia natural para reparar nuestro organismo. Durante las horas de vigilia nuestro cuerpo sufre daños que solo pueden ser reparados cuando detenemos este mecanismo y su motor principal, el cerebro; así reconstruimos y restauramos los sistemas deteriorados. La consecuencia de no dormir es grave: inicialmente aparecen problemas en el sistema nervioso como pérdida de concentración, irritabilidad, fallos de memoria o alucinaciones; pero a medio y largo plazo surgen efectos significativos sobre el metabolismo, el cerebro, el sistema inmunitario y cardiovascular, lo que puede desencadenar múltiples enfermedades.
P. ¿Qué características distinguen nuestro sueño respecto al de otros animales para convertirnos en humanos?
R. Comparado con nuestros parientes cercanos —los grandes primates— nuestro sueño presenta dos diferencias importantes. Primero, requerimos menos tiempo para recuperarnos porque concentramos más el sueño y este es más profundo. Pero lo más relevante para mí es el mayor porcentaje de sueño REM en humanos en comparación con otros primates y especies. El sueño REM fundamenta la espiritualidad, la creación de relatos, religiones, creatividad e innovación. Durante las ensoñaciones podemos trascender la realidad y la lógica para alcanzar visiones o soluciones a problemas que nunca surgirían mediante procesos racionales.
P. En el libro menciona que fue el Homo erectus el primero en dejar los árboles para dormir en el suelo. ¿Qué implicó este cambio para nuestro sueño y evolución?
R. Dormir en los árboles implica inestabilidad y un riesgo alto de caídas, por lo que el sueño es menos profundo y más fragmentado entre los primates. Cuando Homo erectus bajó a dormir al suelo, protegido en grupos por el fuego en un entorno estable, pudo dormir más profundamente y aumentar el porcentaje de sueño REM.
P. Actualmente aún existen tribus que viven en condiciones similares —salvando diferencias— a las del Homo erectus.
R. Estos grupos nos ofrecen pistas sobre cómo dormían nuestros antepasados antes del sedentarismo. Lo notable es que no muestran preocupación alguna por el sueño; ni siquiera existe la palabra insomnio para ellos. Aunque puedan despertarse durante la noche como cualquiera, no les genera ansiedad alguna; lo consideran algo normal. Objetivamente se ha detectado que hasta un 2% de estos individuos —especialmente los mayores— podrían cumplir criterios occidentales de insomnio, pero para ellos no representa un problema real.
P. En Occidente hay tanta preocupación por el sueño que se ha desarrollado una industria multimillonaria alrededor del tema.
R. Vivimos en una sociedad donde predominan las soluciones rápidas y la medicalización inmediata. No comprendemos que no se puede solucionar un problema global solo con medidas individuales; los trastornos del sueño son síntoma del modo en que vivimos nuestro día a día.
P. En países como España casi un 45% presenta síntomas de insomnio y alrededor del 14% sufre insomnio crónico; frente al 2% observado en tribus mencionadas antes, ¿qué ocurrió para generar esta diferencia?
R. En tiempos del Homo erectus nuestro sueño estaba regulado por dos señales: el reloj biológico interno sincronizado únicamente con señales ambientales como la salida y puesta del sol o cambios de luz y temperatura. Con la revolución agrícola y fin del nomadismo surgió una tercera señal: el tiempo metabólico, ligado a horarios concretos para las comidas familiares o grupales. Más tarde, con la revolución industrial apareció una cuarta señal: el tiempo social representado por horarios laborales o turnos; todo empezó a regirse por relojes externos que no siempre coinciden con nuestro tiempo biológico interno, afectando significativamente al sueño.
P. Además llegó la electricidad con la revolución industrial.
R. Exacto. Dejamos atrás la dependencia de la luz cálida del fuego —poco estimulante— y comenzamos a iluminar cuando queríamos mediante interruptores; es decir, ahora podemos hacer “salir” y “ponerse” al sol a voluntad propia. En una tribu del norte argentino situada entre sociedades nómada-cazadora-recolectoras y sedentarias se observó que solo con la llegada de electricidad se perdió 40 minutos de sueño en verano y una hora en invierno.
P. ¿Podemos afirmar entonces que cada avance tecnológico complica aún más nuestro descanso?
R. No todos los avances tecnológicos tienen ese efecto negativo: por ejemplo, bien usada la radio puede transportarnos mentalmente lejos y facilitar el sueño; inicialmente la televisión respetaba horarios pero tras liberalizarse se volvió enemiga del descanso. Sin embargo el cambio clave ocurrió con portátiles, tabletas y smartphones junto a redes sociales porque pasamos de ser receptores pasivos a emisores activos generando gran activación mental perjudicial para dormir; además está el impacto nocivo de la luz azul emitida por estas pantallas.
P. Menciona usted una colonización del sueño: cada vez más se buscan hacer productivas esas horas destinadas al descanso…
R. Percibo dos tendencias contrapuestas: por un lado crece en la sociedad general una adopción progresiva de hábitos saludables —como alimentación o ejercicio— y creo que pronto ocurrirá igual con el sueño si no está sucediendo ya: se valorará como uno de los pilares fundamentales para mantener salud óptima.
P. Pero…
R.(risas) Pero simultáneamente sucede lo contrario: si reflexionamos, el tiempo dedicado a dormir es el único momento diario sin productividad alguna; en una sociedad obsesionada con maximizar rendimiento constantemente cuesta aceptar renunciar a esas ocho horas diarias sin participar activamente ni producir económicamente . Esa presión lleva a colonizar esas horas durmiendo menos para trabajar más, comprar o navegar por redes sociales; esta tendencia también tiene mucha fuerza actualmente .
P. ¿Estamos cerca entonces de una utopía o una distopía?
R.Reconozco que estamos ante un momento crítico en la evolución del sueño; me resulta difícil predecir cuál tendencia prevalecerá debido a los rápidos cambios actuales . Lo único seguro es que dormir es absolutamente indispensable ,y ninguna tecnología podrá eliminar esa necesidad humana fundamental .
Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.








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