El politólogo Adam Przeworski ofreció en octubre una conferencia en el Colegio de México, donde analizó los desafíos y las limitaciones de la ciencia política para estudiar el retroceso democrático. En una de sus diapositivas recordó que, durante la Transición española, Adolfo Suárez afirmó: “El futuro no está escrito, porque solo el pueblo puede escribirlo”.
Sin embargo, justo después de esta cita, Przeworski agregó: “Y el pueblo puede escribir cosas peligrosas”. Los autoritarismos del siglo XXI se han sofisticado tanto que ya no requieren de los militares para tomar el poder. Juegan bajo las mismas reglas de la democracia y, cuando ganan elecciones, la socavan desde dentro. Ahora los autócratas atraen a la población con discursos, promesas y la promesa de un mejor futuro.
Regímenes presidenciales como los de Estados Unidos, México, El Salvador y Brasil han sido testigos del ascenso de figuras autoritarias respaldadas por amplias mayorías. Los autoritarios se presentan como demócratas y movilizan apoyos que les brindan protección frente a las críticas por la cooptación de instituciones y la concentración del poder. Guillermo O’Donnell denominó a este fenómeno democracia delegativa.
La democracia, en su definición minimalista, se caracteriza por la realización de elecciones periódicas. Con el tiempo se ha estudiado que no todos los comicios son democráticos; sin embargo, se destaca la participación ciudadana como factor determinante para que un partido o líder acceda al poder. El destino de las naciones está escrito por sus votantes, pero, según Przeworski, estos también pueden optar por caminos peligrosos.
En un primer momento, Hugo Chávez en Venezuela derrotó al bipartidismo mediante las urnas. Luego las utilizó para legitimar cambios constitucionales y debilitar la democracia. En Brasil, Jair Bolsonaro cuestionó la urna electrónica cuando los resultados no le favorecieron. El desenlace fue el asalto a las instituciones brasileñas, algo muy similar a lo que impulsó Trump en 2021 cuando sus seguidores intentaron ingresar al Capitolio.
En los eventos mencionados hubo personas dispuestas a defender a un líder o partido con el que se identificaron. No defendieron la democracia como sinónimo de pluralidad, sino como imposición. Los autoritarios y sus electores han creado vínculos de dependencia. Los primeros se presentan como la voz de las mayorías y los humillados; los segundos defienden a ultranza las acciones, declaraciones e incluso agresiones contra otros sectores. Ambos se protegen mutuamente.
Es importante señalar que algunas ramas de la ciencia política buscan entender el comportamiento electoral. Inicialmente se consideraba que la ciudadanía optaba por líderes autoritarios por sucumbir al populismo; sin embargo, la complejidad del panorama ha llevado a considerar otros factores. El libro de la politóloga y profesora estadounidense Nataly Wenzell Latsa, The Autocratic Voter, explora cómo las redes sociales, la polarización y la identidad partidista influyen en la cultura política ciudadana para apoyar a autócratas.
Otro ejemplo donde los autoritarios han seducido a la población es El Salvador bajo Bukele. Apodado el dictador cool, la ciudadanía ha cedido sus libertades políticas a cambio de seguridad. En México, Morena y López Obrador prometieron la democratización de la justicia y, bajo ese argumento, impusieron elecciones judiciales que terminaron socavando la división de poderes.
No obstante, la historia no es diferente en los regímenes parlamentarios europeos, donde las derechas radicales compiten bajo las siglas de la democracia. Demócratas de Suecia es el partido nacionalista que integra coaliciones de gobierno; el Partido de la Libertad de Austria y el de Países Bajos se caracterizan por su xenofobia, euroescepticismo y nacionalismo exacerbado. Estos partidos obtienen triunfos electorales porque cuentan con respaldo ciudadano.
Mientras tanto, algunos primeros ministros como Robert Fico en Eslovaquia, Viktor Orbán en Hungría y Andrej Babis en República Checa se han consolidado como líderes iliberales de sus países. Su éxito electoral se basa en la combinación de nacionalismo, cristianismo y la movilización de emociones. Existe un claro malestar con la democracia y sus instituciones, pero la ciudadanía también es responsable de sus decisiones.
Desde diversas perspectivas se ha cuestionado a las élites que optan por el autoritarismo, a los partidos tradicionales que se cierran y a las instituciones ineficaces. Sin embargo, la ciudadanía, al igual que es responsable de las decisiones que toma y de la protección de la democracia, también lo es de su erosión y del ascenso de autoritarismos. Cuando la gente elige una opción en la boleta, puede estar escogiendo algo peligroso. Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.










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