Los EE.UU. han declarado que, para enfrentar el inevitable avance de potencias emergentes rivales cuyas economías ya los igualan, su nueva estrategia consiste en retirarse de zonas que ya no pueden controlar, como Europa y Medio Oriente, para concentrarse en reafirmar su “hegemonía sobre el hemisferio occidental”. Para ello, han revivido la estrategia de “América para los Americanos”, ahora denominada “Monroe-Trump”, que, aseguran, garantizarán mediante intervenciones directas y colaboradores locales. Esto coloca a Latinoamérica frente al imperativo de defender su soberanía a toda costa, tanto individual como colectivamente, modifica el orden de prioridades, las alianzas internas y también el carácter de la próxima elección: ahora se define entre votar por Chile o votar por Trump.
La nueva estrategia nacional de los EE.UU. ha expuesto al mundo, de manera brutal, cómo concibe y espera imponer lo que define como sus intereses nacionales, es decir, maximizar su poder en las nuevas condiciones mundiales en las que enfrenta a potencias rivales que ya han alcanzado dimensiones similares y que inevitablemente lo desplazarán en el futuro.
Leer este documento es indispensable aunque nada agradable, pues su lenguaje no es diplomático, sino que se expresa con matonaje racista y arrogante, presumiendo y amenazando descaradamente con su poder. Como todo matonaje, sin embargo, es el intento de un actor relativamente pequeño que pretende imponerse a un grupo que lo supera ampliamente en número: en este caso, resulta evidente, ya que la población de los EE.UU. representa apenas un 4 por ciento del total mundial y un tercio de la de cada uno de sus dos mayores rivales.
Esto ocurre además en un momento en que los países donde vive la abrumadora mayoría de la humanidad están transitando rápidamente desde los viejos señorialismos agrarios seculares hacia el modo de producción urbano moderno, que por tres siglos otorgó la hegemonía mundial al autodenominado “Occidente”, que en conjunto alberga solo una décima parte de la población total, simplemente porque accedió antes a ese modelo.
En esencia, la nueva estrategia de los EE.UU. asume, con agresividad depredadora pero con bastante realismo, este cambio inevitable en la correlación de fuerzas mundial, que en este preciso momento experimenta un terremoto, es decir, los estremecimientos de un quiebre o salto cualitativo en el avance gradual que ocurre en las profundidades tectónicas de la sociedad.
¿Qué se proponen los EE.UU.? Retirarse de los espacios que no les resultan prioritarios, especialmente Europa y Medio Oriente, para concentrarse en acrecentar, literalmente, “su hegemonía sobre el hemisferio occidental” y así hacer todo lo posible por evitar que su principal rival, China, haga lo mismo en su respectiva zona de influencia y en el resto del mundo.
El problema para América Latina es que la consideran parte central del “hemisferio occidental”, sobre la cual pretenden reeditar la doctrina de “América para los Americanos”, rebautizada, literalmente, como doctrina “Monroe-Trump”. Declaran que la aplicarán mediante intervenciones directas y también a través de cómplices locales que les sirvan como punta de lanza.
En este contexto, Latinoamérica no tiene otra alternativa que defender su soberanía a toda costa, cada país de manera individual pero avanzando simultáneamente en una rápida integración regional en todos los ámbitos, incluyendo no solo el económico sino también el militar, único camino para lograrlo en un grado mínimo. Al mismo tiempo, debe aislar, en cada país y en la región, a los colaboradores locales que toman partido por los EE.UU. en contra del interés nacional de sus países y de la región.
En lo inmediato, en Chile es necesario aislar a quienes, con descaro, han proclamado y están activamente colaborando, en manifiesta traición a los intereses nacionales, con la nueva estrategia del hegemón en retirada. Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.









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