Fue obispo de Barahona desde el 7 de diciembre de 1999 hasta el 23 de febrero de 2015, fecha en la que el papa Francisco aceptó su renuncia por motivos de edad.
En cada rincón del Suroeste —desde los caseríos polvorientos de Bahoruco hasta las lomas altas de Independencia, pasando por la franja costera de Barahona y los campos de Pedernales— hay un testimonio que lo nombra, una capilla que conserva su huella, un feligrés que aún agradece su cercanía.
En el imaginario colectivo, monseñor Rafael Leónidas Felipe Núñez, el “padre Fello”, dejó de ser solo un obispo para convertirse en una presencia afectiva, casi familiar, para los pobladores de las cuatro provincias que conforman la Región Enriquillo: Barahona, Pedernales, Bahoruco e Independencia.
Las comunidades del Suroeste evocan no solo al religioso de mirada serena y paso pausado, sino al pastor que caminó con su gente, que la escuchó, que elevó su voz por ella y que cimentó una de las etapas más sólidas en la vida espiritual y social de esta región.
Su vida y obra fueron repasadas por monseñor Andrés Napoleón Romero Cárdenas, actual obispo de Barahona, y por el sacerdote Ángel Cuevas, párroco de la Catedral Nuestra Señora del Rosario, quienes lo describen como un hombre “incansable en su misión, firme en su fe y profundamente humano en su entrega”.
Llegó a servir, no a figurar
Cuando monseñor Felipe llegó a la Diócesis de Barahona en el año 2000, tras quince años de trabajo pastoral, sabía que asumía un territorio complejo, diverso y necesitado, pero no se dejó intimidar por la difícil realidad de este territorio agreste y desolado, situado, aunque en el mismo trayecto del sol, como lo dijo nuestro poeta nacional, don Pedro Mir.
Venía de un largo camino de evangelización y de contacto directo con las comunidades más vulnerables del país. Su antecesor, monseñor Fabio Mamerto Rivas Santos, había sido el arquitecto inicial de la Diócesis. Felipe Núñez, sin embargo, no se limitó a continuar esa labor: la transformó y la expandió.
“Él decía que la evangelización debía tocar la vida real de la gente”, recuerda el padre Cuevas en su conversación con Listín Diario.
Su pastoral no fue de oficina: fue de caminos, de visitas, de acompañamiento. Hablaba con los ancianos, se sentaba con los jóvenes, escuchaba a las madres y caminaba junto a los campesinos. Tenía una profunda preocupación social, pero siempre desde la óptica del Evangelio.
Fue obispo de Barahona desde el 7 de diciembre de 1999 hasta el 23 de febrero de 2015, fecha en que el papa Francisco aceptó su renuncia por motivos de edad, como se establece en el Código de Derecho Canónico.
El sueño que no pudo ver
Quienes lo conocieron de cerca recuerdan que fue uno de los más perseverantes defensores del Proyecto Múltiple de la Presa de Monte Grande, al que él llamaba —con reiterada pasión— “el metro del Suroeste”.
Junto al fallecido Freddy Eligio Pérez Espinosa, encabezó durante años la Comisión Permanente de Desarrollo de la Región Enriquillo, desde donde impulsó encuentros, estudios, foros y llamados al Gobierno para lograr la construcción del que consideraba el proyecto más determinante para el futuro del campo y de la producción agrícola, sobre todo porque tenía el convencimiento —como en efecto lo era— de que serviría como ese dique de contención de la naturaleza cada temporada ciclónica que arrasaba con todo a su paso, principalmente en la cuenca baja y alta del río Yaque del Sur.
“Un metro mueve ciudades; Monte Grande moverá el campo”, repetía monseñor Rafael Leónidas Felipe Núñez cada vez que algún periodista lograba acercarse o conversaba con él sobre el proyecto, ya que se exponía poco a los medios, pero era una “hormiguita” en su defensa y trabajo a favor de la región.
Para él, más que una obra de ingeniería, era un acto de justicia con una región históricamente dejada a su suerte.
Aunque la presa hoy es una realidad parcial, su visión aún resuena entre líderes comunitarios y religiosos que recuerdan su compromiso con el desarrollo rural y con la seguridad hídrica del Suroeste.
El formador que marcó una generación de sacerdotes
Si existe un legado que define a monseñor Rafael Felipe, es su vocación por la formación sacerdotal.
Conoció en 1987 a quien hoy es su sucesor, monseñor Romero Cárdenas, y desde entonces ambos compartieron espacios de estudio, retiros, diálogos y proyectos.
“Pasó los mejores años de su vida formando sacerdotes”, asegura el obispo actual. Durante décadas, su influencia alcanzó a cientos de seminaristas y religiosos de distintas diócesis.
No hay en el país un solo sacerdote —diocesano o religioso— que no haya recibido alguna enseñanza, conferencia o acompañamiento de él.
Por eso, una de las primeras obras que impulsó al llegar al Suroeste fue el Seminario Menor San Juan Pablo II, un lugar para que los jóvenes pudieran comenzar su discernimiento vocacional.
Su lema era claro: “Sacerdotes bien formados para comunidades fuertes”.
Un aliado permanente de la educación
Su compromiso con la formación no quedó dentro de los muros de la iglesia y, por tanto, fue un defensor incansable de la educación como herramienta de movilidad social.
Respaldó el crecimiento académico del entonces Instituto Católico Tecnológico de Barahona (Licateba), impulsando su transformación hasta alcanzar la categoría de universidad.
Tenía la convicción de que el Suroeste solo rompería sus cadenas de atraso a través del conocimiento; por eso creía en la educación como un puente hacia un futuro más digno para los pobladores de toda esta región históricamente olvidada por los distintos gobiernos.
La cercanía que sembró afectos y gratitud
Hay obispos que administran; otros que acompañan, pero monseñor Felipe hizo ambas cosas, aunque destacó por la segunda. En las comunidades lo recuerdan llegando sin prisa, con su sonrisa discreta y una mirada que escuchaba antes que las palabras.
Monseñor Romero Cárdenas afirma con cierto orgullo: “su presencia nos llenaba de calma, su consejo, de firmeza, su compromiso, de esperanza”.
“Dondequiera que uno vaya, hay alguien que dice: ‘Aquí vino monseñor Rafael Felipe'”, comenta monseñor Romero Cárdenas.
“Historias de visitas inesperadas, de misas improvisadas, de gestos de bondad que no se olvidan”, exclamó con admiración por el hermano con dificultades de salud, pero como todo buen creyente no tiene dudas de que, si es la voluntad de Dios, se levantará de su lecho de hospital como lo hizo con Lázaro.
Por eso, afirma el obispo de esta Diócesis, su nombre despierta nostalgia y gratitud en los pueblos que recorrió con un mensaje de esperanza que sigue latiendo.
Para quienes hoy sirven en la Diócesis de Barahona, su legado no está solo en las obras físicas, sino en la huella espiritual que dejó monseñor Felipe Núñez.
“Su misión fue la gente”, expuso monseñor Romero Cárdenas
Por eso, cuando se conoce la historia reciente del Suroeste, su nombre seguirá ocupando un lugar central, no solo como obispo, sino como padre, guía, acompañante y defensor de esta región llena de belleza, pero también de riquezas aún por explotar.
Así lo conocen los obispos y el pueblo de Dios
“Con la partida de monseñor Fello, la Iglesia pierde un pastor, pero gana un intercesor en el cielo”, expresa monseñor Andrés Napoleón Romero Cárdenas sobre el obispo emérito, sobre todo —dice— “quienes lo conocieron de cerca”.
Su vida —insiste— monseñor Romero Cárdenas, no se cumple, se consagra: “Fue luz, testigo, misionero, evangelizador, un verdadero inspirador para la Iglesia y para la sociedad”.
Afirmó que para muchos, conocerlo fue “un regalo de Dios”, un espejo en el que los discípulos podían medir su propio camino. “Por eso llamamos a la población a unirse en oración y dejarse tocar por el testimonio de un hombre que, aún ausente, seguirá haciendo mucho más por nosotros desde el cielo”.
Un poco de historia
Nació el 12 de septiembre de 1938 en El Coco, Villa Tapia, provincia Hermanas Mirabal, y fue consagrado obispo el 22 de enero de 2000. Fue el segundo obispo de Barahona desde el 7 de diciembre de 1999.
Además, tras asumir como segundo obispo de la Diócesis de Barahona en el año 2000, sucedió a Fabio Mamerto Rivas Santos, quien había liderado la diócesis desde 1976. Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.










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