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Un momento clave: la fase decisiva del pacto entre Mercosur y la Unión Europea

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Ramón Casilda Béjar e Ignacio Bartesaghi/Latinoamérica21

Fuente: Hoy Digital

Ramón Casilda Béjar e Ignacio Bartesaghi/Latinoamérica21

El Acuerdo entre el Mercosur y la UE se encuentra en su etapa final. Entre el 16 y 19 de diciembre, los Estados miembros europeos votarán en Bruselas con las nuevas salvaguardas fortalecidas, y posteriormente se espera su aprobación en el Consejo de la Unión Europea mediante mayoría cualificada, a pesar de la resistencia de Francia y Polonia. De cumplirse este procedimiento, la firma oficial tendrá lugar el 20 de diciembre durante la Cumbre del Mercosur en Foz de Iguazú; finalmente, el Parlamento Europeo deberá ratificarlo en el primer trimestre de 2026. Paralelamente, los países del Mercosur —excepto Bolivia y Venezuela, que no participan en la negociación— enviarán el acuerdo a sus respectivos parlamentos y, conforme cada país lo ratifique, podrá activar el convenio. ¿Qué beneficios aportará este tratado para los países sudamericanos?

El beneficio inicial para el Mercosur es evidente: un mayor acceso y competitividad en exportaciones. El acuerdo implicará una reducción importante de los aranceles europeos sobre productos agroindustriales, alimentos procesados, carnes, frutas, aceites, café, etanol y biocombustibles. Muchos de estos gravámenes llegarán a eliminarse por completo, lo que facilitará una expansión considerable de las exportaciones para países con ventajas comparativas consolidadas. Los consumidores europeos demandan productos de alta calidad, trazabilidad y sostenibilidad, aspectos donde los productores sudamericanos pueden aprovechar su posicionamiento.

En este marco, el endurecimiento de controles sanitarios y fitosanitarios no debe verse como un obstáculo insuperable. La agricultura sudamericana ha demostrado una destacada capacidad tecnológica para adaptarse; estos requisitos podrían funcionar como un incentivo para elevar estándares y sistemas de trazabilidad. Brasil, Argentina y Uruguay, entre otros, ya han adoptado agricultura de precisión, manejo integrado de plagas y tecnologías con baja emisión. Cumplir con las normas europeas no solo abrirá mercados comerciales sino que también reforzará la imagen regional en términos de sostenibilidad y calidad alimentaria. Además, diversificar destinos exportadores resulta fundamental en un contexto global marcado por tensiones geopolíticas y disrupciones logísticas.

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La segunda ventaja radica en el estímulo que el acuerdo puede brindar a la competitividad industrial dentro del Mercosur. Aunque algunos sectores fabriles temen que la apertura al mercado europeo genere presiones competitivas, el tratado contempla cronogramas amplios de desgravación que minimizan impactos significativos. Este plazo de transición representa una oportunidad para modernizar procesos productivos, incorporar tecnologías innovadoras y atraer inversiones europeas interesadas en explotar las ventajas energéticas, logísticas y los recursos naturales de la región.

Sectores como la industria automotriz, química, farmacéutica, metalmecánica y bienes de capital podrían revitalizarse mediante inversiones orientadas a integrar cadenas transnacionales de valor. Europa requiere proveedores confiables y mercados con estabilidad macroeconómica y regulatoria. Si el Mercosur logra consolidar un entorno empresarial más predecible, este acuerdo puede transformarse en un motor para atraer inversión extranjera directa que promueva empleos calificados y transferencia tecnológica.

El tercer beneficio —quizás uno menos visible en la discusión pública— es la modernización institucional exigida por el acuerdo. La alineación con estándares europeos implica mejoras en ámbitos como normas técnicas, propiedad intelectual, comercio digital, logística, transparencia regulatoria y compras públicas. Estas modificaciones no son simples formalidades: pueden mejorar sustancialmente el funcionamiento interno del Mercosur al reducir la fragmentación normativa y disminuir los costos operativos. La estabilidad y previsibilidad derivadas del alineamiento regulatorio constituyen un factor clave para cualquier estrategia de desarrollo a largo plazo.

Un cuarto aspecto importante es el reposicionamiento geopolítico del Mercosur. En décadas recientes, el bloque sudamericano ha quedado rezagado limitando su capacidad de influencia internacional. El convenio con la Unión Europea rompe esta inercia enviando una señal clara al mundo sobre apertura y voluntad integradora. Para los países miembros representa una forma de insertarse en un sistema comercial global que se está reconfigurando rápidamente; quedarse fuera implica perder oportunidades irreversibles.

Dentro de este escenario, la cláusula que permite la entrada en vigor bilateral introduce una dinámica novedosa para el Mercosur. Ya no será indispensable que todos los países avancen simultáneamente; cada uno podrá activar la parte comercial cuando su parlamento ratifique el acuerdo. Esto previene que conflictos políticos internos bloqueen al conjunto e incentiva a cada gobierno a acelerar sus procesos internos para no quedar atrás frente a sus socios.

El quinto beneficio se vincula con la agenda ambiental. Aunque algunas críticas apuntan a que las exigencias europeas resultan demasiado estrictas, estas pueden transformarse en una ventaja estratégica. Los mercados internacionales avanzan hacia regulaciones ambientales más rigurosas; quienes se adapten primero estarán mejor posicionados globalmente. El Mercosur podría asumir un rol líder regional mostrando que su producción cumple con altos estándares ambientales. Esto abriría también posibilidades para financiamiento verde e iniciativas innovadoras asociadas a bioeconomía, energías renovables y manejo sostenible de sus recursos naturales.

Además, el acuerdo puede favorecer una mayor cohesión política interna dentro del Mercosur. En años recientes hubo tensiones entre gobiernos respecto a la apertura externa, flexibilización del bloque y coordinación política interna. El hecho de que todos los presidentes hayan confirmado su presencia para la firma del 20 de diciembre indica que aún es posible alcanzar consensos mínimos. La integración externa bien gestionada podría convertirse en un elemento unificador más que conflictivo.

Finalmente, este tratado representa una oportunidad única para revitalizar la integración intrarregional afectada por falta de dinamismo en décadas recientes. El acceso preferencial al mercado europeo puede incentivar mayor coordinación productiva entre países del Mercosur donde existen complementariedades naturales: ejemplos son la industria automotriz entre Argentina y Brasil; las cadenas cárnicas y agrícolas entre Uruguay y Paraguay; o la logística fluvial compartida. La demanda europea puede actuar como motor externo fortaleciendo esta integración regional.

En síntesis, aunque restan pasos formales decisivos —la votación europea, la firma en Foz de Iguazú y la ratificación parlamentaria prevista para 2026— los posibles beneficios para el Mercosur son demasiado relevantes como para desaprovecharlos. El acuerdo presenta desafíos pero ofrece una plataforma para modernizar las dimensiones económica, institucional y geopolítica que definirán el futuro regional durante las próximas décadas. En un mundo globalizado en transformación acelerada, el Mercosur requiere decisiones estratégicas orientadas hacia adelante; este tratado podría ser una de ellas si finalmente se concreta exitosamente.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

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