La Carta Olímpica regula las actividades deportivas bajo la supervisión del Comité Olímpico Internacional (COI). Sin embargo, debido a la ambición económica de ciertos líderes, el negocio y la política han distorsionado la filosofía del amateurismo, adoptando el profesionalismo como un medio para obtener grandes sumas de dinero. Esto ha generado déficits financieros y la asignación de sedes que impulsan la comercialización estatal y privada, beneficiando a los promotores de un turismo deportivo que poco tiene que ver con la formación de individuos orientados al desarrollo de una sociedad mejor en valores cívicos y culturales.
En el pasado, la filosofía olímpica, tal como la concibió el Barón Pierre de Coubertin, consistía en disfrutar la competencia con la satisfacción del “amor a la patria”. Los atletas regresaban orgullosos, portando sus medallas, y los dirigentes de los comités olímpicos nacionales se sentían recompensados al enaltecer el nombre de su país. Hoy en día, las demandas económicas de falsos líderes deportivos, al servicio de intereses políticos más que de la verdadera vocación que emana de la filosofía olímpica, no reflejan el auténtico espíritu que esta representa.
La venta de sedes internacionales, utilizada como punta de lanza del nacionalismo, ha generado grandes inversiones de dinero que no contribuyen al desarrollo integral del atleta, sino que llenan las arcas de grupos que dependen de presupuestos provenientes de los gobiernos de turno, perdiendo así el verdadero propósito de formar grandes ciudadanos para la patria. El deporte se ha vuelto más lucrativo como industria debido a la connivencia con los gobiernos. El compromiso real debe estar en la formación de los atletas desde el Estado. Es momento de fiscalizar y desenmascarar a quienes se han lucrado con la actividad deportiva bajo la apariencia del olimpismo. Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.









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