MADRID (EFE). — Antonio Damasio estudió neurología a finales de la década de 1960 con el objetivo de entender qué hace felices o infelices a las personas. Años de investigación le permitieron lograrlo. Y, cuatro décadas después, convertido en uno de los neurocientíficos más destacados, sostiene que la inteligencia artificial (IA) representa la mayor amenaza para la felicidad.
“Los teléfonos tienen el poder de consumir nuestra atención, de hacer que dejemos de mirar a las personas que nos rodean y de sentir curiosidad por ellas. Eso es lo contrario a la felicidad, que se basa en el reconocimiento del otro”, enfatiza Damasio (Lisboa, 1944), director del Instituto del Cerebro y la Creatividad de la Universidad del Sur de California.
El investigador, galardonado con el premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica en 2005, conversa con motivo de la publicación en España de su libro más reciente, “Inteligencia natural y la lógica de la conciencia” (Destino), y subraya que “el principal peligro de la IA es que roba la atención que merecen las personas que nos rodean”.
“Pasamos todo el día pendientes de nuestros dispositivos y sus aplicaciones porque, aparentemente, nos hacen la vida más cómoda. El problema es que dejamos de prestar atención a las personas y a la realidad que nos rodea. Y nuestra felicidad depende precisamente de eso, de empatizar con los demás”, explica.
Damasio califica de “terrible” la imagen habitual en lugares públicos de “personas, especialmente jóvenes, totalmente absorbidas por sus teléfonos, que caminan o comen mirando a ellos y no a otros seres humanos”.
“Ser feliz depende de todo lo contrario: de mirarnos los unos a los otros y tratar de entendernos”, destaca el científico portugués, reconocido con los mayores galardones en su campo.
El investigador asegura que eligió la neurología porque quería comprender “el comportamiento humano, qué nos hace felices y qué no”.
En su camino hacia ese entendimiento ha arrojado luz sobre cómo funciona la conciencia humana, las emociones y los sentimientos.
“Hay que ser cuidadosos al distinguir emoción y sentimiento”, señala este científico de voz suave y pausada. “La principal diferencia es que un sentimiento es algo privado, está en nuestra mente y solo nosotros lo conocemos. Las emociones, en cambio, son externas y constituyen una especie de teatro ante los demás”.
Damasio considera que los males que aquejan al mundo actual —como el belicismo, la intolerancia y el individualismo— tienen mucho que ver “con un déficit de buenos sentimientos”.
“Vivimos tiempos de falta de buenos sentimientos hacia los demás, hacia la comprensión del otro. Para que el mundo funcione mejor, necesitamos esforzarnos por cultivar esos buenos sentimientos, que implican reconocer a otros seres humanos, comprender que están vivos, que tienen sus necesidades y sus derechos”, insiste Damasio.
Respecto a las emociones, el primer libro del investigador (“El error de Descartes”, Destino, 1994) revolucionó la concepción existente que las consideraba primitivas, impulsivas y que conducían a las personas por mal camino.
La obra sentó las bases de la neurociencia moderna al describir cómo las emociones y la razón son piezas imprescindibles de un sistema integral para la toma de buenas decisiones. La mayoría de las veces, las emociones guían la razón y hacen a las personas más racionales, asegura.
Para llegar a esta conclusión, Damasio estudió a pacientes con dificultades para procesar sus emociones, comprobando que eran incapaces de tomar buenas decisiones y que sus vidas se desmoronaban.
En los últimos años, el investigador se ha centrado más en la interacción entre la conciencia y la homeostasis: “ese conjunto de reglas que la naturaleza desarrolló para proteger nuestras vidas. Tener hambre, sed, frío o dolor son sensaciones homeostásicas. Si no las respetáramos, moriríamos”.
Define la conciencia como “el mecanismo que conecta la mente con el cuerpo; ser consciente es sentirse vivo y formar parte de un conjunto. La conciencia es fundamental para relacionarnos con las personas y el mundo que nos rodea”.
En su libro más reciente defiende que la conciencia proviene de niveles “muy simples y básicos del cerebro”, y que en su raíz están “los sentimientos homeostáticos, que nos advierten de lo que está mal para que podamos salvarnos, o de lo que está bien para que podamos mejorar las cosas”.
Los sentimientos homeostáticos son siempre positivos, una especie de guía que nos ayuda a mantener el equilibrio. “La conciencia ha permitido que los seres humanos no solo estén pendientes de sí mismos, sino también de quienes los rodean. Preocuparse por los demás mejora la homeostasis propia y ajena”, señala.
Con esta premisa, el neurocientífico desmonta otra creencia común, la de que ser conscientes es lo que nos hace tener sentimientos: “Es justo lo contrario, el hecho de sentir es lo que nos hace ser conscientes”.
¿Es posible que la inteligencia artificial llegue a tener conciencia y que los dispositivos que la utilizan se vuelvan autónomos, capaces de ser ellos mismos y de contar con un sentido del yo? “Creo que no es muy probable y que, si desarrollan conciencia, no será como la nuestra”, opina.
“Sería, en todo caso, una conciencia que copiaría los mecanismos humanos pero que carecería de esa base fundamental de sentimiento que solo poseemos los humanos”, concluye. Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.









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