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La sombra de Virginia de la Mora (Verónica Castro) es alargada en la segunda temporada de La casa de las flores.
El equipo de la comedia mexicana de Netflix no ha sido precisamente discreto en cuanto a la ausencia de Castro esta temporada 2, que se estrena el 18 de octubre. De hecho, nos enteramos de la muerte de la matriarca de los De la Mora por Twitter hace semanas. Así que no te estamos arruinando nada diciéndote que sí, Virginia descansa en paz.
Pero eso no significa que los suyos no la echen de menos. Sobre todo Paulina (Cecilia Suárez). La temporada 2 de La casa de las flores arranca a ritmo del «Agárrate» de Gloria Trevi y con el regreso de la voz en off de la también difunta Roberta (Claudette Maillé) diciendo: «No siempre las historias son como nos las han contado. Por eso es hora de que juntos descubramos la verdad».
Ha pasado un año desde el final de la temporada 1, cuando Virginia salió en dirección a un paradero desconocido y Diego (Juan Pablo Medina) le robó unos cuantos millones de pesos a nuestra familia disfuncional preferida. Paulina está viviendo en Madrid con María José (Paco León) y Bruno (Luis de la Rosa). Parece que sigue bastante enganchada al Tafil (ha-blan-do pau-sa-da-men-te) y le cuenta a su vecino (Eduardo Casanova) lo mucho que echa de menos a su país, a su familia y la sed de venganza que siente hacia Diego. «De la Mora, eres muy fuerte, ¿eh?», concluye el vecino. Y no podíamos estar más de acuerdo con él.
Como espectadora me parece que a Paulina le sienta divinamente Madrid (sólo hay que verla envuelta en ese jersey de cuello alto y ese abrigo negro de lana) y no me hubiera importado verla un poco más «disfrutando» de esas cenas a base de morcilla que se le indigestan y viéndose excluida de desayunos a base de tortilla de patatas. Pero la mayor de los De la Mora pronto tendrá la excusa perfecta para volver a Ciudad de México: han impugnado el testamento de su mamá. Y bueno, entre ella y la hermana de María José, la siempre afilada Purificación (María León), saltan las chispas.
Son muchas las cosas que suceden en los apenas dos episodios de la segunda temporada de The House of Flowers que Netflix puso a mi disposición para escribir esta crítica. La temporada tendrá nueve episodios en total. La serie sigue moviéndose a un ritmo rápido en el que todo es posible. Y sus personajes continúan demostrando que nada es demasiado extravagante o excesivo para ellos. Sin arruinarte demasiado las cosas solo diré que Julián (Darío Yazbek) todavía tiene problemas serios para comportarse como un adulto. Elena (Aislinn Derbez) tiene un novio nuevo por el que ha cambiado un «chingo de cosas en su vida». Básicamente, como que es francés, se ha comprado una boina. Ernesto (Arturo Ríos) tiene una nueva gurú espiritual, Jenny Quetzal (Mariana Treviño). Micaela (Alexa de Landa) quiere participar en el programa de variedades Talento México. Y Delia (Norma Angélica) sigue teniendo que hacerlo todo por todos.
Manolo Caro, creador de la serie, dirige estos dos primeros episodios volviendo a hacer uso de colores vivos y saturados, sobre todo en casa de los De la Mora. Y fotografiando tanto CDMX como Madrid con cariño pero distinguiendo ambas ciudades. Madrid es la urbe por la que María José pasea con enormes gafas de sol y una gabardina/abrigo de color blanco, donde los puentes están llenos de graffiti y las fachadas de principios del siglo XX llenas de balcones. Ciudad de México es todo cielos de color azul eléctrico, plantas lustrosas de verdes casi tropicales y arquitectura moderna de grandes ventanales. Una ciudad que se vive en la calle pero se atraviesa en SUV.