INFOBAE,- En un discurso en la cumbre “Nunca es ahora”, de la Liga Antidifamación (ADL), Sacha Baron-Cohen sintetizó las críticas principales a las redes sociales: “En todo el mundo los demagogos apelan a nuestros peores instintos.
Las teorías conspirativas que alguna vez se limitaron a los márgenes hoy son comunes. Es como si la era de la razón estuviera terminando, y el conocimiento perdiera cada vez más legitimidad y el consenso científico se desestimara.
La democracia, que depende de las verdades compartidas, está en retirada; la autocracia, que depende de las mentiras compartidas, está avanzando. Todo este odio y esta violencia están siendo facilitados por un puñado de compañías de internet que constituyen la mayor máquina de propaganda de la historia”.
Las empresas detrás de las plataformas sociales y sus algoritmos de recomendación, que alimentan la profusión viral de contenidos como las noticias falsas, serían los villanos en esta historia. Y no ayuda que en su defensa, mientras ganan dinero por avisos que alientan el genocidio de los Rohynga o comercializando los datos de los usuarios sin su autorización, sus directivos se justifiquen con el derecho a la libre expresión. No obstante, polemizó la revista Wired, el argumento al que muchos adhieren, como Baron-Cohen, es más tranquilizador que verdadero.
“En los últimos años, la idea de que Facebook, YouTube y Twitter crearon de alguna manera las condiciones de nuestro fanatismo —y, por extensión, la propuesta de que nuevas regulaciones o reformas de los algoritmos podrían restaurar alguna era arcadiana de argumento probatorio— no ha soportado bien el escrutinio”, escribió el editor Gideon Lewis-Kraus en un texto que analiza las ideas sobre las burbujas de filtros como una burbuja de filtro en sí mismas.
Citó, por ejemplo, un estudio del Centro Berkman Klein de la Universidad de Harvard según el cual la circulación de noticias falsas “parece haber jugado un papel relativamente pequeño en el esquema general” de lo sucedido en las elecciones estadounidenses de 2016; también mencionó un análisis de 330.000 videos de YouTube, muchos de ellos asociados a la extrema derecha, “que halló escasa evidencia de la teoría sobre la radicalización algorítmica, que responsabiliza al motor de búsqueda de YouTube por mostrar contenidos cada vez más extremos”.
La polarización política, recordó Lewis-Kraus, “antecede largamente el ascenso de las redes sociales”. Los dueños de Silicon Valley lo saben: “La razón por la que estas empresas —en particular Facebook— hablan de la libertad de expresión no es simplemente para ocultar su interés económico en la reproducción de desinformación: también es una manera educada de sugerir que la verdadera culpa de lo que se pulula en sus plataformas recae en sus usuarios”.
Lejos de ser la causa de la era de las burbujas de filtros, citó a Ezra Klein en su libro Why We’re Polarized (Por qué estamos polarizados), las redes sociales son “un acelerador”, en tanto “alientan a los individuos a ver sus creencias y preferencias, aunque sea en momentos breves pero potentes que se perciben amenazadores, como expresiones potenciales de una única identidad política subyacente”.
Más aún —siguió Wired—: el papel de las plataformas no fue deliberado ni inevitable. Citó a Klein: “Al comienzo pocos comprendieron que la manera de ganar la guerra de la atención era aprovechar el poder de la comunidad para crear identidad. Pero los ganadores surgieron rápidamente, con frecuencia empleando técnicas cuyos mecanismos no comprendían del todo”.







