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La Piraña y Miguel, Dos historias distintas, dos tragedias locales

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Por: Valentín Medrano Peña.

Las cárceles de todo el mundo son fuentes de historias lastimeras. Los destinados a ellas son tenidos como la escoria social, las personas que deben ser apartadas de las demás para que no les dañen. Puestos en cuarentena para que no contagien a la parte sana de la sociedad.

La cárcel es una consecuencia. Los que son destinados a ellas son por lo regular quienes han herido a la sociedad y a Dios mismo, apartándose de las reglas de la que previamente han sido advertidos existen y las que son de obligado cumplimiento para todos.

Cada vez que un miembro de la sociedad es apartado y enjaulado como animal, la sociedad ha fracasado en parte, en su obligación de crear las condiciones para el sano desarrollo de sus individuos conformantes.

Pero la sociedad puede fracasar doblemente. Esto sucede cuando sus cuerpos destinados a proscribir el crimen y su sistema de juzgación cometen el pecado-error de hacer hospedar en los cuadriculados cuartos-mazmorras de las cárceles a uno de sus hijos inocentes.

Pasa que el celo y empeño que ponen las autoridades para hacer pagar a los criminales, unidos al miedo de estas para no ser vistas como flojas o incapaces, aunado al morbo social: De gente que gusta ser servida con el plato principal de condenas y sufrires de los tenidos como criminales, a lo que ha de preceder el plato frío de la entrada, un juicio sin garantías penales sustantivas. Un manjar para mantenernos entretenidos y saciados y para aplacar nuestra airada y sangrienta sed de venganza. Pero también, y sobre todo, engañados de quienes son los verdaderos culpables de crear el caldo de cultivo de la criminalidad.

En días previos al encarcelamiento general, perdón, a la declaratoria de cuarentena, estuve de visita en un centro de corrupción, perdón, de detención del Este del país. Allí estaban dos infiernos, perdón, internos, condenados por sendos homicidios. Mientras yo esperaba por un amigo condenado injustamente, lo puedo jurar, escuchaba la platica de los condenados. Hablaban abiertamente de los hechos que ahora admitían haber cometido.

La Piraña, era un joven de unos treinta años. Había sido apresado y condenado por un doble homicidio en el sur profundo. Admitía haber matado a las dos personas. Decía haber estado evitando hacerlo, no porque no le placiera matar, sino porque había llegado a la zona desde el otrora Gran Santo Domingo prófugo por haber matado a alguien en el este de la Provincia Santo Domingo y no quería un escándalo que atrajera hacia él la atención de los polis.

Contaba, que en más de una ocasión pidió a sus víctimas no seguir molestándolo con mofas e insinuaciones. Luego se obnubiló, perdió los frenos morales, y encendido en ira y descontrol mató a dos de los presentes.

Miguel, su contraparte en la plática, decía ser inocente del homicidio por el que había sido condenado a 20 años. Dijo haber cometido pequeños delitos en el pasado, pero que jamás había matado a nadie. Y que aunque infructuosamente señaló al verdadero culpable, éste tenía una coartada fabricada con el testimonio de su padre y hermanos. Él, Miguel, era el marido de la hermana del homicida del hombre cuya muerte terminaría pagando. Ella testimonió que a la hora de ocurrencia del hecho estaba junto a Miguel acostada, pero nadie le creyó. El hecho ocurrió en San Carlos, un sector populoso de la capital.

La Piraña no mostró sorpresa ni aflicción, y de hecho dijo que en su caso otra persona fue condenada conjuntamente con él. Dijo que jamás le había visto. Que esa otra persona a la que llamó Antony no participó en el hecho, que no mató a nadie, pero que estuvo en las cercanías cuando el hecho aconteció. Era el testigo que le señaló como el asesino que aceptaba era, y dio detalles de los hechos señalando sólo sus actuaciones, las de La Piraña, obviando las provocaciones de sus víctimas. Y en represalia, La Piraña, dijo a las autoridades que ambos planearon y ejecutaron el crimen. Y el testigo pasó a ser imputado y luego a condenado drásticamente. ¿La sociedad ganó perdiendo o perdió ganando?

Nada corroboraba la versión de La Piraña. Nada hacia extender su culpa al por él señalado, pero sirvió para dar a conocer las debilidades investigativas y el ejercicio irresponsable y cobarde de la obligación de dar a cada quien lo que le corresponde.

He ahí mi temor por el temor de quienes no deben tener temor. La obligación de dar justicia es exclusiva de valientes, quienes no tengan la templanza de hacer lo que es debido hacer, hacen lo indebido al hacer lo que hacen.

La Piraña dijo la verdad a Miguel no para consolar sus penas por considerarse condenado injusto, sino para corroborar que en materia probatoria aquí no se corrobora, y que contrario a los principios nodales del derecho es en la práctica preferible condenar a un inocente que absolver a un culpable., en una acción Voltaire a la inversa. ¿O no?

La Piraña y Miguel y mi amigo inocente, Donni, tres historias distintas pero tres tragedias iguales (robado a Ruben Blades).

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