YAHOO.- Pocas horas antes de que Enrique de Inglaterra y Meghan Markle aparecieran en la pequeña pantalla estadounidense para abrir la caja de los truenos y denunciar el sinfín de injusticias que se habrían cometido contra la antigua actriz durante sus escasos años en el Reino Unido y, concretamente, en el seno de la casa real británica, la reina Isabel II hacía lo propio en la televisión de su país para, a modo de contraprogramación, dirigir la atención hacia los efectos y consecuencias de la mayor crisis sanitaria que ha tenido lugar en los últimos cien años.
La soberana de 94 años, a quien recientemente le fueron administradas sus correspondientes dosis de la vacuna contra el coronavirus, animó a sus conciudadanos a mantener intacto el «sentido de comunidad» que, a su juicio, ha marcado la vida pública durante los últimos doce meses de pandemia: responsable este de las numerosas muestras de solidaridad, generosidad y amor por el prójimo que habrían facilitado a los más vulnerables de la sociedad navegar por tan turbulentas aguas.
Asimismo, y aprovechando que este fin de semana se celebraba el llamado Día de la Commonwealth en todos aquellos territorios en los que Isabel II ejerce de jefa del estado, la monarca quiso destacar la «hermandad y unidad» mostrada por todo estos países, que en algún momento del pasado fueron parte del vasto imperio británico, a la hora de resolver los problemas comunes generados por la coyuntura económica y sanitaria: un ejemplo más de cómo la cooperación y el sentido de responsabilidad comunitaria, ya sea a nivel diplomático o cívico, resultan imprescindibles para amortiguar el impacto de tan difíciles tiempos.
Como era de esperar en un discurso de corte institucional, así como en una persona rígida y estoica como Isabel II, en los escasos minutos en que estuvo en pantalla, la reina no hizo mención alguna al último ingreso hospitalario de su marido, el duque de Edimburgo, quien se recupera satisfactoriamente de su enésima intervención quirúrgica, y menos aún a la explosiva entrevista que su nieto más díscolo -y hasta ahora preferido- y su esposa han concedido a Oprah Winfrey para levantar las alfombras de palacio y sacar a relucir sus secretos más oscuros.