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La crisis de Haití no puede esperar a la ONU que aprobó una misión multinacional dirigida por Kenia

Haiti dos
Haiti dos
Sin embargo, será difícil restablecer una paz duradera con el tipo de fuerza internacional que se contempla actualmente. Las bandas se han proliferado en Haití y la situación ha empeorado.

Santo Domingo.-El lunes, la ONU votó a favor de aprobar una misión multinacional de seguridad dirigida por Kenia para Haití.

La decisión del Consejo de Seguridad de actuar en un momento de gran agitación en el que hay poco consenso mundial es importante y bienvenida.

Se espera que las misiones apoyadas por la ONU proporcionen un nivel mínimo de seguridad que permita la formación de gobiernos legítimos mediante elecciones.

Sin embargo, será difícil restablecer una paz duradera con el tipo de fuerza internacional que se contempla actualmente. ¿Cómo poner fin a la violencia y crear las condiciones previas adecuadas para que surja un Haití mejor al otro lado de la intervención?

Las víctimas de la violencia no tienen precedentes. Las bandas se han proliferado en Haití por todo el país durante bastante tiempo, pero la situación ha empeorado en los dos últimos años, especialmente desde el asesinato del Presidente Jovenel Moise en 2021. Según estimaciones de buena fe, cientos de haitianos mueren cada día a manos de las bandas y a causa del hambre, las enfermedades, las afecciones médicas no tratadas y la imposibilidad de trasladar personas y suministros.

Las fuerzas internacionales tardarán meses en movilizarse. Mientras tanto, Estados Unidos debe tomar la iniciativa para aliviar el sufrimiento actual y allanar el camino para el éxito de la misión internacional.

Un despliegue moderado de 200-400 fuerzas de operaciones especiales en el campo haitiano ayudaría a contener a las bandas en las principales ciudades y permitiría a la Policía Nacional de Haití centrarse en las operaciones contra las bandas.

Sólo Estados Unidos y Canadá pueden desplegar este tipo de fuerzas con rapidez: en 1994, 15 unidades de las fuerzas especiales estadounidenses de una docena de efectivos cada una aseguraron la mayor parte de Haití fuera de Puerto Príncipe y Cap-Haitien. Las bandas actuales son más capaces y más robustas, pero siguen sin estar a la altura de tropas occidentales bien equipadas.

De hecho, esto supone un gran impulso político. Es posible que los votantes estadounidenses, agotados por las guerras de Ucrania y Afganistán, no quieran considerar la posibilidad de poner a sus tropas en peligro. Pero el coste de la catástrofe de Haití debería hacerles recapacitar. Hacer la vista gorda dejaría una profunda mancha moral en nuestro país, comparable a la inacción durante el genocidio ruandés.

El simple despliegue de tropas terrestres no funcionará. También debemos ayudar a los haitianos a defender su país. Afortunadamente, ya hay un número significativo de personas implicadas en la seguridad: 9.000 policías nacionales haitianos siguen desempeñando sus funciones, decenas de miles de guardias de seguridad privados trabajan para organizaciones no gubernamentales con apoyo internacional, y grupos de vigilantes y voluntarios comunitarios ya vigilan las calles.

Ya existen programas piloto en zonas rurales para promover la cooperación entre la policía y el sector privado. Estos esfuerzos deben reproducirse en las 10 regiones administrativas de Haití y en ocho comisarías diferentes y barrios seguros de Puerto Príncipe. La Oficina Internacional de Estupefacientes y Aplicación de la Ley del Departamento de Estado debería estar dispuesta a reasignar al menos 50 millones de dólares para crear asociaciones más especializadas entre los distintos grupos de Haití.

Es importante que estos esfuerzos sigan estando descentralizados. La cultura política de Haití está moldeada por la experiencia colonial, y la mayoría de las decisiones políticas emanan de la capital, lo que permite y afianza la corrupción. Al empoderar a las comunidades y localizar la aplicación de la ley, estos programas obligarán a la sociedad haitiana a abandonar viejos hábitos, al tiempo que se abordan otras reformas de la gobernanza pendientes desde hace tiempo. Los guardianes corruptos de Puerto Príncipe deben ser eliminados.

Por último, debe entregarse ayuda humanitaria al asediado pueblo haitiano. El mayor obstáculo para ello son los restos del Gobierno haitiano, especialmente los obstruccionistas funcionarios de aduanas. Washington debe presionar a las autoridades de Puerto Príncipe para que acepten permitir que toda la ayuda extranjera cruce la frontera sin condiciones y sin demora.

La necesidad es tan grande que deben prepararse todas las rutas de entrada disponibles. El aeropuerto de Cabo Haitiano podría servir de segundo centro humanitario más allá de Puerto Príncipe, pero se necesita combustible para los aviones. El puerto de Les Cahiers fue reconstruido tras el terremoto de 2010 y está listo para su uso. La mejora gradual de otros aeropuertos permitiría el aterrizaje de aviones más grandes y la prestación de asistencia vital.

Por último, la República Dominicana debe reabrir su frontera con Haití. El cierre de la frontera hace unas semanas por una disputa sobre el acceso conjunto al río Masacre ha agravado el desastre humanitario. La presión diplomática debería persuadir a las autoridades de Santo Domingo para que hagan lo correcto y hagan concesiones. Una solución duradera sobre los derechos del agua sólo será posible cuando Haití sea capaz de establecer un gobierno legítimo.

Los haitianos están muriendo en cantidades sin precedentes. Si actuamos con rapidez, podremos salvar innumerables vidas y, al mismo tiempo, sentar las bases para la recuperación de Haití a largo plazo. La historia exige que actuemos ahora.

El autor es ex Subsecretario de Estado de Estabilización y Gestión de Conflictos. También fue Alto Comisionado Adjunto de la ONU para los Refugiados. Ha trabajado en Haití.

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