Borges temía al espejo. No sea que los que miran al pasado en busca de respuestas sobre el futuro no vean llegar el presente. Ahora se mezclan las imágenes lejanas y demenciales del gueto de Varsovia y de Stalingrado. En aquella época, el mundo era tardíamente consciente de aquellas realidades inhumanas. Hoy, sin embargo, podemos ver en tiempo real todos los horrores de la guerra. Algunos la ven como una apología del terrorismo y el exterminio; otros, como una oportunidad largamente esperada para renovar viejas amistades.
El ataque de Israel contra Gaza será brutal en todos los sentidos de la palabra. Desde el despliegue sin precedentes de tropas, armamento, tecnología y recursos, hasta la doctrina que regirá la operación, formulada desde una lógica de venganza y miedo a la disuasión, los objetivos estratégicos inmediatos serán paralelos a los de la Orden 44822 de la «Operación Barbarroja» más allá de toda comparación.
La ocupación de tierras en Gaza, resultado directo del brutal ataque llevado a cabo por Hamás el pasado sábado 07, es un intento de asegurar la supervivencia del Estado hebreo. Pero la supervivencia política de Netanyahu también depende de este ataque. No sólo le pilló desprevenido, sino que destruyó toda la narrativa en la que se basaba su proyecto político, la de que la seguridad de Israel está garantizada… Sí, esa seguridad que explotó el sábado pasado.
Cincuenta años después del Yom Kippur, la narrativa de ataques sorpresa y mortíferos contra Israel se repite. ¿Se repetirá otra crisis energética y económica mundial? Los desafíos humanitarios y del derecho de guerra están ahí y no podemos permanecer indiferentes. Es cierto que la ocupación militar de Gaza está plagada de sofismas que otorgan a Israel el derecho a contraatacar, pero no le dan derecho a forzar traslados de población ni a poner bajo asedio a cientos de miles de seres humanos inocentes.
Desde un punto de vista práctico y pragmático, a Israel le da igual lo que digan otros países, con la excepción de Estados Unidos. El ataque de Hamás fue esencialmente el punto de partida de una estrategia calculada y meditada para elevar las apuestas y escalar el conflicto. La deslocalización del conflicto es precisamente uno de sus objetivos estratégicos, una batalla campal que pretende destruir, perturbar y redefinir el orden mundial.
En medio de la crisis económica y política que atraviesa el mundo, Huntington echa leña al fuego. En resumen, si se mira a través del mapa de Oriente Medio, todo el planeta se ha convertido en un tablero de ajedrez, con pocos ganadores y muchos perdedores en la partida que se refleja en el espejo».