El 20 de octubre, el consultor Juan José de la Llera publicó en este diario un falso artículo tendencioso que refuta, sin argumentos de peso, el certero y convincente análisis del ex presidente Leonel Fernández publicado en este diario el 9 de octubre. El artículo fue publicado en este diario.
En su publicación, con la evidente intención de confundir a sus lectores, el señor de la Lela afirmó que «fue precisamente por esta razón que el presidente Abinader asumió una posición firme ante Haití», pero lo cierto es que este diferendo limítrofe no es un asunto de diálogo bilateral, como lo estipula el Tratado de Paz, Amistad Permanente y Arbitraje de 1929. fue provocado por el propio gobierno, al convertir en una crisis internacional una disputa que podría haberse resuelto mediante el diálogo bilateral y los canales diplomáticos.
Sin embargo, sus estrategas políticos priorizaron sus ambiciones reeleccionistas, creando una «crisis controlada bajo riesgo calculado», con el propósito expreso de manipular el patriotismo del pueblo dominicano y frenar la dramática caída de sus índices de aprobación, a la vez que preparaban el escenario internacional para su discurso en la ONU preparando al público distraer la atención pública de la crisis social en que se encuentra el país, incluyendo el colapso de los servicios, el encarecimiento de la vida, la inflación y la inseguridad.
La verdadera causa de este conflicto es la incompetencia de la delegación de la Oficina del Primer Ministro de la República Dominicana, que firmó la Declaración Conjunta de los Primeros Ministros Dominicano y Haitiano (27 de mayo de 2021), que «las obras de captación de agua iniciadas en los ríos Dajabón o Masacre no significan un desvío del cauce del río» y que «se capta gratuitamente» Esto es en el hecho de que lo hizo.
Este «craso error diplomático» permitió que los haitianos iniciaran hábilmente la construcción del canal durante dos años y cuatro meses sin que el Gobierno dominicano «descubriera» las obras y, lo que es peor, sin emprender nunca la defensa legal de nuestra soberanía e integridad territorial ante una flagrante violación del Tratado de 1929. ¿Por qué ahora, de repente, el presidente Abinader ordena cerrar y militarizar indefinidamente nuestras fronteras hasta que los haitianos detengan la construcción del canal? ¿Acaso su reelección lo ha hecho más patriota? ¿Tuvieron algún resultado positivo las medidas extremas adoptadas para paralizar el canal? Está claro que no.
Peor aún, el artículo afirma que «el canciller Roberto Álvarez declaró que la Declaración Conjunta de la Comisión Mixta Bilateral sobre el Río Masacre ‘no tiene fuerza legal'».
De la Lela olvida deliberadamente que el presidente Abinader es conocido por no cumplir acuerdos y promesas, incluyendo los de su propio partido y los de sus aliados; estaba a punto de firmarse un acuerdo sobre la cuestión haitiana, pero la mayoría en la mesa se dieron cuenta de que el gobierno intentaba hacer de la cuestión un instrumento de reelección y no un acuerdo nacional. En otras palabras, el Gobierno intentó utilizar esta convocatoria como una especie de «trampa» tras darse cuenta de su error político de exagerar la crisis y no encontrar una salida al embrollo. Pretende implicar a la oposición política en su propia derrota después de que fracasaran las medidas para detener la construcción del Canal de Haití y hubiera que reabrir el mercado bilateral.
Si el presidente Abinader realmente quería un consenso político nacional, pudo haber convocado a los ex presidentes de las repúblicas y pedirles su opinión sobre el tema antes de tomar las medidas de cierre de la frontera.
La amnesia cronológica selectiva de los autores de esta literatura reaparece cuando critican al ex presidente Fernández por «desplegar tropas en la frontera ante un Haití difícil y operaciones ilegales» y lo acusan de «barbechar apoyo financiero y armamentista».
En este sentido, De la Lela falta a la verdad sobre la secuencia de los acontecimientos. Y es que la aparición de manifestaciones masivas de haitianos enfurecidos, y la presencia de líderes de bandas criminales haitianas encabezadas por Jimmy Cheridier, alias «Barbacoa», se produjo cronológicamente después de que el presidente Luis Abinader ordenara un despliegue militar por tierra, mar y aire como acto de intimidación, que por cierto es un 1929 Está prohibido por el artículo 1 de la Convención Internacional de 1929.
De hecho, estas medidas desproporcionadas del Presidente Abinader consiguieron lo que ningún dirigente haitiano había logrado en los 219 años transcurridos desde la independencia: una «coalición monolítica» de todos los sectores de la sociedad haitiana en torno a un simple canal.
Hacia el final del texto amnésico, el autor critica tres veces al Presidente de la República por su desacuerdo sobre «la restauración del canal de La Vigía y la construcción prevista de la presa de Don Miguel».
Lo que el autor no dice es que ambas soluciones violan el mismo artículo 10 de la convención internacional o, más exactamente, que la República Dominicana alega una violación por parte de Haití. Además, el Canal de La Vihia fue construido en 1950 y es insostenible por su alto costo de operación, ya que ningún gobierno nacional se ha atrevido a utilizarlo.
El Gobierno haitiano y los empresarios dominicanos doblaron el brazo al presidente Abinader, obligándole a reabrir «unilateralmente» el mercado bilateral e insultando a un solo alcalde haitiano al mantener cerrada la frontera.
El Gobierno dominicano se vio obligado a reunirse con los cancilleres latinoamericanos en la OEA y recurrió a la vía diplomática como única vía para resolver el diferendo, porque finalmente aceptaron su propuesta. Esto también lo olvidó el autor.