SANTO DOMINGO.- Según el periódico haitiano Le Nouvelliste, que editorializaba hace unos días sobre la crisis entre Haití y la República Dominicana provocada por la decisión del país vecino de construir un canal en el río Masacre, el pueblo haitiano y las autoridades fronterizas están indignados por la arrogancia del presidente Luis Abinader al cerrar la frontera. Están enfadados porque siguen manteniendo la frontera cerrada a pesar de la decisión del gobierno dominicano de permitir el comercio en el mercado bilateral.
Sin embargo, los delegados dominicanos han calificado anteriormente de arrogante la postura de las autoridades haitianas, que se negaron a visitar a la Comisión de la OEA interesada en mediar en el conflicto, alegando que antes habían visitado la República Dominicana. Si la posición hubiera sido al revés, habrían argumentado que deberían habernos visitado primero, ya que nosotros iniciamos el conflicto.
No hace falta ser un experto en diplomacia o resolución de conflictos para saber que es muy difícil que dos personas arrogantes se pongan de acuerdo en algo. Más aún si existen rencillas y resentimientos históricos que no han sido superados por el paso del tiempo o por el hecho de que ambos países se ven obligados a compartir el mismo espacio vital, las mismas islas y los mismos océanos, les guste o no.
Sin un diálogo abierto y franco, en el que ambas partes estén libres de hostilidad, prejuicios y arrogancia, no habrá entendimiento que ponga fin al conflicto. Sin embargo, ese diálogo parece demasiado lejano cuando se mira a Haití, que ha decidido cerrar sus fronteras y prohibir el comercio, incluso en detrimento de su propio pueblo.
Es difícil saber cuánto durará esta crisis, que, según todos los indicios, aún tiene muchas lecciones importantes que aprender.