Licey acaba de coronarse como el peor equipo entre los equipos que clasificaron al Round Robin y eso me hace aún más molesto este título, más amargo. Odio a los Tigres del Licey. Odio a sus jugadores.
Odio sus uniformes. Odio cuando ganan. Odio a sus fans.
Odio su ruido. Odio su arrogancia. Los odié antes de saber el significado de la palabra.
Cuando era joven, uno de mis profesores nos asignó un ensayo en el que teníamos que escribir sobre lo que nos gustaría hacer si nuestra familia fuera millonaria. Mis compañeros de clase escribieron sobre las vacaciones de ensueño que tomarían, viajes a países extranjeros o describieron villas en las que vivirían. ¿Y yo?
Escribí sobre cómo compraría a Licey y los haría perder todos los juegos. Eso pensaba cuando tenía 7 años y no ha cambiado mucho en ese sentido desde entonces. Tiempo después, fue este equipo el que me hizo derramar mis primeras lágrimas como aficionado oficial al ganar (en mi opinión ilegalmente y usurpando trono) la Serie del Caribe 2008, celebrada en Santiago.
Esta final todavía está grabada en mi memoria por lo injusto que fue perder ante un equipo que ni siquiera se clasificó para el torneo. Esto tiene en cuenta el famoso diseño de este trofeo. A este campeonato le siguieron otros, de modo que con cada victoria mi desprecio por estas cinco letras aumentaba.
Ahora Licey se vuelve a coronar, esta vez con el peor equipo en llegar al Round Robin esta temporada y eso me amarga aún más este título. Esta victoria me duele por el resto de enero y probablemente el próximo mes. Dicho esto, felicidades al bicampeón nacional.
Ojalá pierdan todos los juegos de la Serie del Caribe.