Ganar las elecciones presidenciales con el 85% de los votos de sus seguidores es todo un logro en América Latina. Ha habido victorias que surgieron de la manipulación por parte de organismos electorales o partidos gobernantes y/o neutralización de candidatos de oposición… como en los dolorosos casos de Nicaragua de Daniel Ortega y Venezuela de Nicolás Maduro.
O en el caso reciente de Guatemala, donde la derecha todavía espera que el presidente electo, Bernardo Arévalo, sea derrocado antes de asumir el cargo. Ésta no es la situación actual de El Salvador y su presidente electo, Nayib Bukele. Desafortunadamente, la realidad social explotada por la publicidad electoral es la guerra contra las pandillas.
Ni el ala derecha de la Alianza Republicana Nacionalista (Arena) ni la izquierda del Frente Farabundo Martí (FMLN) tuvieron suficiente poder. Una fiesta única, nuevas ideas. En ese momento, la muerte de 62 personas, el día más violento desde que Bukele asumió la presidencia en apenas 24 horas, un sábado de junio de 2019, desató una lucha de grandes proporciones, lo que se denominó estado de excepción, bajo el cual el gobierno decidió enfrentarse a las pandillas con mano dura.
Esta cifra es comparable únicamente a las reportadas el 15 de agosto de 2015, cuando ocurrieron 57 asesinatos en 24 horas, según registros policiales. En ese contexto, la Asamblea Nacional local ha prorrogado muchas veces el estado de emergencia. El problema surge cuando las redadas no sólo atrapan a los culpables…
sino que también golpean a personas inocentes que estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. Es en este detalle que ningún grupo armado uniformado, que se enfrenta a una pandilla a menudo con armas sofisticadas, piensa en los derechos humanos. Es hora de elegir entre la ley y la supervivencia.
Pero como dijo el propio Bukele, nadie defiende los derechos humanos de los salvadoreños, lo que se entiende como proteger los derechos humanos de los pandilleros. Organismos internacionales cuestionaron la política antipandillas del gobierno, además de violar la ley que le prohíbe ser reelegido. A pesar de todo, el pueblo lo ha apoyado plenamente y tiene suficiente poder en la Asamblea Nacional, donde gobernará con 58 de 60 escaños.
La historia revelará si realmente era necesario cambiar el nombre del dictador.