Gobierno vs. Redes sociales: la lucha por la regulación apenas comienza
En cada momento de la historia de la humanidad, las personas se han vuelto emocionalmente dependientes de las herramientas modernas correspondientes a cada época, reemplazadas por herramientas más avanzadas que ésta. uno, éste de otra persona, etc. hasta que dure el período de confinamiento.
Las herramientas de la modernización juegan su papel a cada paso, explotando a las personas y haciéndolas parte de aquello de lo que no pueden escapar, hasta que se refugiaron en otro mecanismo dependiente.
Así que de la radio pasamos a la televisión fija y de ahí a las transmisiones de TV por cable, satélite e Internet, y entre estos mecanismos de comunicación caemos presa del más brutal de todos: el teléfono móvil, dominante, seductor y adictivo.
Pero nadie, con toda su brutalidad existencial, puede compararse con las redes sociales, el ecosistema de comunicación e interacción más inhumano que jamás haya existido.
Las redes sociales son un campo de batalla permanente, donde las personas no tienen importancia y donde prevalece lo banal, aunque prevalezca tan efímero como un rayo.
Nos hemos convencido de que lo somos. importante por el número de seguidores que logramos atraer o por los «me gusta» que generan nuestras exposiciones, incluso si «público» incluye cuasihumanos, cuyo pensamiento es insuficiente para algo más que un saludo en la jerga mediática de moda.
El mundo online muchas veces nos convierte en individuos tóxicos, no porque en realidad lo seamos, sino porque las tendencias de moda nos llevan a dinámicas reales de una cibercivilización que nos utiliza sin que somos conscientes.
No sabíamos que no éramos nosotros, sino que éramos un peón en un juego de ajedrez cibernético jugado en lugares desconocidos para nosotros; por mecanismos desconocidos para nosotros, aunque está demostrado que formamos parte pragmática de los algoritmos que invaden nuestra voluntad.
En la red compartimos los pensamientos de otras personas, pero en el fragor de la En este momento, participamos porque necesitamos ser «importantes», cuando en realidad, sólo estamos incitando a la colonización de ideas y emociones que sirven para activar los mecanismos invisibles que nos aprisionan.
Mientras esta implacable realidad del mundo actual es inquietante. Las aplicaciones que nos minan valen miles de millones de dólares en bolsa.